Estilo de vida

Así funcionan los comedores comunitarios en la Ciudad de México

A Lupita le cuesta trabajo hacer arroz. Es su coco, dice. No es que desconozca el procedimiento, lo que pasa es que nunca había tenido que hacer tanto. Todos los días tiene que preparar cerca de diez kilos para alimentar a un promedio de 200 personas. Aún no le sale como ella quisiera, todavía lo prueba y siente que le falta. Le pone más agua, le quita un poco de sal, le agrega jitomate, le sube o le baja a la flama de la hornilla. Así desde hace cuatro años, cuando abrió el portón de su casa en el Pueblo de Xoco, al sur de la Ciudad de México, para instalar “Las Margaritas”, su comedor comunitario.

Lupita dudó un poco cuando alguien le planteó la idea de instalar uno de estos espacios en su casa, pero al cabo de unos días decidió entrarle. Después de todo siempre ha pensado que si no nos ayudamos unos a otros ¿cómo vamos a salir adelante?; así que luego de mirar el patio de su casa, tan grande que se puede hacer una fiesta con pista de baile para unas 50 personas, se dio cuenta de que cumplía con el espacio bien iluminado, ventilado, con instalaciones de agua y luz y sin escaleras (para que puedan pasar ancianos y personas en sillas de ruedas). Entonces mandó un escrito al Instituto de Asistencia e Integración Social del gobierno del Distrito Federal para decirle que ella quería instalar un comedor comunitario.

Lo único que le faltaba era saber si Xoco estaba en la lista de colonias marginadas en la ciudad —requisito para recibir el apoyo que el gobierno le da a los comedores comunitarios—. Y sí. Un par de meses después construyó un cuarto a un lado de su patio para colocar los hornillas, la tarja y demás muebles que le dieron para instalar la cocina. Hoy forma parte de la red de 210 comedores públicos y 220 populares que están distribuidos en el Distrito Federal para dar acceso a una alimentación adecuada a bajo costo a quienes viven, trabajan o transitan en la zona.

“¿Qué pasaría si yo no hubiera agarrado el comedor, si yo no lo tuviera?”, me dice Lupita sin parar de coordinar la cocina ni atender su tortillería. “Ya ves que está ahora muy caro todo, está muy difícil. Entonces así ayudo a su economía y a que coman rico y calientito”. La comida que sirve no dista mucho de la que preparan en las fondas que abundan en la ciudad: sopa de pasta, arroz, un guisado como plato fuerte, frijoles hervidos y agua hecha con polvo de sabor naranja. Lo que marca la diferencia es el precio. En cualquier cocina económica, una comida corrida cuesta en promedio $50 pesos (unos $3 dólares). Pero Lupita sólo cobra diez (poca más de medio dólar) ¿Qué clase de comida podría esperar uno por ese precio?

Cualquiera puede averiguarlo. Sólo hay que llegar a la tortillería Barragán. Es probable que no esté nadie y el local sea vigilado por la mirada misericordiosa de Jesús en un póster. Uno debe tocar el timbre colocado sobre el anuncio, para que salgan a atenderlo. En pocos segundos aparecerá Lupita.

Lee la nota completa en Munchies de VICE 

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