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La historia del mexicano que viaja vestido del Chapulín Colorado

Dicen que nada es casualidad, que todo ocurre “por algo”, que hay un destino que se tiene que cumplir en forma inexorable. Caminaba hace unos días por el céntrico Paseo Ahumada, la principal peatonal de la capital chilena, cuando me llamó la atención un sujeto vestido de El Chapulín Colorado, con una enorme mochila verde a sus espaldas (con varias banderas cosidas a ella) y un “chipote chillón” con la bandera mexicana que sostenía con la mano izquierda mientras conversaba con un policía.

Me adelanté unos metros para ver más de cerca a este personaje, que era mirado con mucha curiosidad por los santiaguinos que caminaban por Ahumada en una calurosa tarde de verano austral, y le pregunté algo que puede parecer obvio pero que era necesario para comenzar a entablar una conversación: ¿Eres mexicano? La respuesta no tardó en llegar junto al inconfundible acento: “sí, ¿por qué?”. Lo que viene a continuación es una mínima parte de la larga historia de viaje que a punta de aventones y un solo tramo en avión ha realizado Caleb Gentry Lingow, un ingeniero electrónico mexicano de Monterrey que un día de febrero de este año decidió darle un giro radical a su vida, tras el término de una larga relación sentimental, y emprendió un viaje al sur del mundo en busca de lo desconocido. Acomodados en la oficina de Notimex en Santiago de Chile, a 100 metros del lugar donde nos encontramos por casualidad y donde disfruta un vaso de agua helada y estar sentado tras largas horas caminando o de pie a la espera de un aventón, Caleb resume su experiencia en Centroamérica y Sudamérica, aventura que espera finalizar en Monterrey en diciembre de 2015. “Yo tenía una vida de oficina absolutamente normal, como ingeniero electrónico y automatización, y nunca viajaba. 

Conocí en Internet un blog de una argentina de 23 años que empezó a viajar por Sudamérica con poco dinero y la principal pregunta que le hacían era cómo perder el miedo a viajar. Y esa pregunta me abrió los ojos, porque ella explica que hay muchas herramientas para poder viajar”, recordó. Caleb, de 28 años de edad, señaló que “ahí me di cuenta que mi vida era muy aburrida, muy monótona. Ingeniero, amante del deporte, me gustan las maratones, entonces mi vida se limitaba a correr por la mañana, bañarme, desayunar, irme al trabajo, regresar a la casa, ir al gimnasio y luego dormir. Esa era mi vida de todos los días. Vivía bien, tenía mi carro, pero en el fondo decía ‘¿y qué más?, ¿a poco va a ser así todos los días de mi vida?’”. Dos semanas antes de renunciar a su trabajo para comenzar a planificar su aventura por América lo despidieron “y ahí dije ‘aquí se está acomodando todo’. Comencé a buscar información sobre viajeros y me propuse partir el 28 de febrero. Mi plan original era volar hasta Argentina y desde ahí emprender mi regreso a México, pero finalmente lo descarté”. “Visité los sitios que la chica argentina tenía en su blog y postulé a un hostal de fiesta en Guatemala donde me aceptaron para llegar el 3 de marzo. Vacunas al día, boleto comprado, mochila comprada, todo planeado y el último día me largué a llorar de nervios. ‘No voy a ir, qué miedo, como me voy solo, no tengo dónde llegar, es un riesgo’. Entonces mi mamá me dijo ‘¿sabes qué?, te me vas, es mejor que te vayas, te arrepientas a la semana y te regreses, pero no te quedes sin hacerlo. Si yo pudiera lo haría’”, apuntó. 

Convencido de su aventura, y con el apoyo de gran parte de su familia, la primera parada de Caleb tras salir de Monterrey fue San Cristóbal de las Casas, “un pueblo que te atrapa, un pueblo mágico, ahí le tomé sentido a viajar, a cómo funciona. Luego llegué al hostal de fiesta en Guatemala, en Livingstone, en el Caribe, donde aprendí una labor para trabajar en ese lugar. A los cuatro días ya me había atrapado en espíritu de la jungla y estaba haciendo tontera y media con todos los que estaban ahí”. “A partir de Guatemala tenía planificado viajar a dedo y pensaba la forma de llamar la atención en la carretera. Y ahí se me ocurrió ponerme el traje de El Chapulín Colorado. 

Toda Latinoamérica lo conoce, todos lo aman y el disfraz es llamativo. A Honduras llegué a fines de marzo, visité un mercado, me compré ropa de segunda mano y me hice un disfraz del Chapulín que me quedó feo, pero la gente ya me identificaba como el Chapulín. Ahí también me compré el Chipote Chillón” (al que luego le colocó la bandera mexicana), comentó. A continuación, aseveró, “pasé por Nicaragua y luego llegué a Costa Rica, donde me conseguí un trabajo por varios meses y me compré el disfraz que llevo hoy, que es mucho mejor que el primero. Cuando estoy en las calles o al borde de las carreteras la gente me grita ‘Chapulín, Chapulín’. A veces no me llevaban y se paraban sólo para sacarse una fotografía o nos aventaban dinero, como nos pasó en Honduras con un amigo con quien viajé unos días y él estaba disfrazado de mariachi. Entonces decían ‘esos son mexicanos’ y nos aventaban dinero en las carreteras”. “Siempre que viajo, que agarro carretera, me pongo el disfraz del Chapulín, siempre que voy a una plaza nueva de una ciudad a conocer me pongo el Chapulín, pero ya si me voy a quedar un mes en un lugar salgo de civil al segundo día, porque cansa también escuchar a cada rato ‘Chapulín, Chapulín’”, confidenció. 

Esa realidad se constata en su recorrido con Notimex por la Plaza de Armas de Santiago, donde a cada minuto se escucha un susurro o un grito de saludo al Chapulín Mochilero, quien goza del cariño de la gente hacia el personaje creado por el recién fallecido Roberto Gómez Bolaños, “Chespirito”. “La gente, en todos lados, siempre ha sido amable con el personaje y conmigo también. Me regalan agua a cambio de una fotografía y en los mercados me regalan la fruta más madura. Siempre el Chapulín despierta una sonrisa en la gente, quizás porque en mi caso lo ven en la calle barbón y sudado”, aseguró entre risas. “El fallecimiento de Chespirito -dijo- también me sirvió y lo tomo como un homenaje a su persona. Siempre lo vi desde pequeño, crecí viendo sus personajes y cuando falleció lloré bastante, me sentí muy mal porque era el personaje de mi vida”.

Indicó, volviendo a su periplo, que “tras Costa Rica seguimos a Panamá, donde El Chapulín Colorado nos abrió las puertas de una casa, y luego seguí a Colombia en avión, donde llegue en septiembre y estuve solo tres días en Medellín, donde no salió ningún trabajo y estaba todo muy caro. Allí conocí a un chileno que me invitó a viajar con él a Ecuador. Ahí agarramos varios buses porque queríamos salir lo antes posible de Colombia y ahorrarnos el hospedaje, por lo que viajábamos de noche”. Caleb ríe nuevamente al recordar que “en Quito comencé a vender empanadas con mi amigo chileno y me parecía a la Caperucita Roja porque andaba disfrazado de Chapulín con una canasta con las empanadas. Nos fue bien con la venta de ellas, recuperamos algo de dinero, trabajé tres semanas en Quito y luego me fui a trabajar a un hostal en Cotopaxi por una semana”. Su paso por Ecuador, sin embargo, tuvo malas consecuencias.

Desconocidos le sustrajeron su tablet desde su mochila y con él se fueron varias páginas de su diario de viaje. “A partir de ahí pongo algunas historias en mi Facebook del ‘Chapulín Mochilero’ cuando tengo acceso a una computadora. Además, tiempo para escribir no tengo porque a los lugares donde voy generalmente trabajo”. “En ese hostal de Cotopaxi conocí a un estadunidense que también viajaba hacia Perú, pero lo hacía en su motocicleta Honda de 125 centímetros cúbicos. Los dos, con las mochilas a cuestas, viajamos desde Ecuador a Perú en la moto. No nos dejaron pasar a Ecuador por problemas con los papeles de la moto, por lo que tuvimos que dormir en tierra de nadie dos noches, entre Perú y Ecuador, y luego llegamos a Jaén, donde dejamos la moto con un desconocido para viajar a Tarapoto, en la jungla peruana”, recordó. Apuntó que “estuvimos ahí en la jungla, cerca de Tarapoto, donde un amigo del estadunidense estaba construyendo un centro de sanación por medio de meditación y dietas con plantas. Estuve como dos semanas ahí sin luz, ni internet, sin baño, no hablábamos, solo trabajábamos y solo hablábamos lo necesario a la hora de las comidas”. Reconoció que “me comenzó a absorber ese lugar, pero al mismo tiempo quería saber de mi familia, de mis amigos, quería salir, entonces a las dos semanas me fui a Lobitos, en Ecuador, donde me quedé trabajando en un bar por un mes, tras lo cual viajé a Lima, Cuzco, Machu Pichu, Nazca, Puno y Tacna, para luego llegar en Chile y pasar por Arica y Antofagasta”. “En Antofagasta estuve tres horas en la carretera, en una gasolinera, paró una camioneta y me ofreció un aventón hasta Chañaral. 

Quienes me aventaron pararon a comer ahí, por lo que me coloqué en la carretera nuevamente a hacer dedo pero nadie me llevaba. Luego regresaron los mismos de la camioneta, tras cargar gasolina, y me ofrecieron un segundo aventón hasta La Serena, donde dormimos, cenamos y desayunamos”, apuntó. Caleb puntualizó que “todos mis días de viaje comienzan a las cinco de la mañana, sale el sol y salgo a caminar hasta la salida de las ciudades en busca de los aventones para seguir el viaje”. Un camionero lo trajo desde La Serena hasta el centro de Santiago, en un recorrido de 470 kilómetros que finalizó con El Chapulín Mochilero caminando por el Paseo Ahumada en busca de la Plaza de Armas. Este fin de semana Caleb ya se encuentra en Mendoza, Argentina, donde llegó tras cruzar el paso Los Libertadores junto a una amiga holandesa que conoció en Costa Rica. Sus planes son pasar la Navidad y el Año Nuevo en esa ciudad o en la vecina San Rafael para luego partir en dirección a Ushuaia, “al fin del mundo, donde termina la primera parte de mi viaje y comienza la segunda etapa con mi regreso a México”. “Tras Ushuaia (distante tres mil kilómetros al sur de Buenos Aires) quiero regresar a Santiago o visitar Valparaíso para buscar un trabajo de un mes, descansar sin gastar mucho dinero, y luego quiero regresar a Argentina para luego visitar Uruguay, Brasil, Paraguay, Bolivia, regresar a Perú, Ecuador, Colombia y pasar a Venezuela por un día por el sello migratorio. Luego vendrá nuevamente Centroamérica para finalizar en Monterrey a fines del próximo año”, acotó. Y esa es la historia de Caleb, un joven ingeniero mexicano que dejó atrás su aburrida vida de oficina y números por la aventura de un viaje rumbo a lo desconocido. Hoy cree que retornará a Monterrey en diciembre de 2015, pero quien sabe si su espíritu aventurero sea más fuerte y lo lleve a seguir recorriendo nuestra América por un tiempo más o, tal vez, se quede en algún lugar por un lapso indefinido construyendo su vida, sin apuros ni obligaciones más que buscar el sustento para vivir el día a día

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