El rugido de los motores y el inconfundible aroma a gasolina se fusionaron con el fervor de la afición mexicana para escribir un nuevo capítulo en la historia del automovilismo global. Por primera vez en más de 80 años de existencia, la NASCAR Cup Series, la máxima categoría del automovilismo estadounidense, aterrizó en suelo azteca para disputar una carrera oficial que sumó puntos al campeonato, en la que el gran ganador fue Shane van Gisbergen
El Autódromo Hermanos Rodríguez fue el escenario de este evento sin precedentes, el NASCAR Mexico Weekend, que entregó un espectáculo vibrante, con batallas rueda a rueda, estrategias audaces y un drama que mantuvo a los miles de asistentes al filo de sus asientos.
El diseño del Autódromo Hermanos Rodríguez, una pista que combina largas rectas que exigen potencia con una sección de curvas técnicas en la zona del estadio, planteó un reto único para los pilotos. La necesidad de un equilibrio perfecto entre velocidad y agarre en las curvas se hizo evidente desde el inicio de la carrera. Los equipos tuvieron que afinar sus configuraciones al máximo, lidiando con la alta altitud de la Ciudad de México que, como ya había señalado Daniel Suárez, afecta significativamente el rendimiento de los motores y la refrigeración de los frenos.
Desde el momento en que se ondeó la bandera verde, la intensidad fue máxima. La lucha por las posiciones fue feroz desde las primeras vueltas, con los pilotos buscando ganar terreno y evitar los errores en un circuito exigente. Las paradas en boxes se convirtieron en momentos cruciales, con los equipos buscando la estrategia perfecta para ganar segundos vitales. La gestión de los neumáticos, sometidos a un estrés considerable por las altas velocidades y las frenadas bruscas, fue un factor determinante a lo largo de la prueba.
La carrera estuvo salpicada de momentos de tensión. Hubo algunos contactos leves que pusieron a prueba la resistencia de los bólidos, y las banderas amarillas ocasionales sirvieron para reagrupar el pelotón y añadir un elemento estratégico adicional, reiniciando la acción con duelos aún más apretados. Los líderes se alternaron en diferentes fases de la carrera, demostrando la competitividad de la parrilla de la Cup Series y la dificultad de mantener la ventaja. Los ingenieros en los pits trabajaban a contrarreloj, ajustando la presión de los neumáticos, el alerón y la aerodinámica para optimizar el rendimiento de sus máquinas en cada stint.
Tras las 100 intensas vueltas y una batalla sin cuartel, la bandera a cuadros ondeó para coronar al primer ganador del Gran Premio de la Ciudad de México de la NASCAR Cup Series. La victoria final fue para Shane van Gisbergen (Trackhouse Racing), quien supo gestionar a la perfección las cambiantes condiciones y resistir los embates de sus rivales para cruzar la meta en primer lugar. Christopher Bell (Joe Gibbs Racing) y Chase Elliott (Hendrick Motorsport) completaron el podio.
Daniel Suárez, el nuevo ídolo azteca
La presencia de la NASCAR Cup Series en México no habría sido posible sin el incansable esfuerzo y la visión de Daniel Suárez. El piloto de Monterrey, único representante mexicano en el serial, ha sido uno de los más grandes impulsores de este proyecto, trabajando por años para que este sueño se hiciera realidad. Su participación en este evento no fue solo deportiva; fue simbólica, representando el puente entre la máxima categoría del automovilismo estadounidense y su natal México.
Suárez llegó a este evento con la moral en alto, después de haber protagonizado una remontada épica el sábado, al ganar la carrera de la NASCAR Xfinity Series en el mismo Autódromo Hermanos Rodríguez. Esa victoria, lograda tras un brutal choque en clasificación que lo obligó a arrancar desde el penúltimo lugar, fue un testimonio de su resiliencia y su talento. Las emociones de aquel triunfo, y el inmenso apoyo de su gente, lo acompañaron en la carrera principal de la Cup Series, aunque el resultado no fue el esperado, debido a que culminó en el puesto 19.
En sus propias palabras, la conexión con su afición fue algo que nunca había experimentado. Confesó que en momentos de bandera amarilla, el clamor de la multitud era tan fuerte que “escuchaba a toda la gente gritar, pero no a todo mío”, un sentimiento que aseguró “se va a quedar por toda mi vida”. La energía de los fans, visible en los cartelones y los gritos en cada curva, fue un motor adicional para él, incluso al punto de confesar que le “costó trabajo enfocarme” por la intensidad del cariño popular.
El Gran Premio de la Ciudad de México de la NASCAR Cup Series fue un éxito rotundo, no solo en lo deportivo, sino como un evento cultural y de celebración de la pasión por la velocidad. La histórica incursión de la categoría en México deja un precedente importante y la promesa de un futuro brillante para el automovilismo en la región, consolidando el Autódromo Hermanos Rodríguez como un bastión de los grandes eventos de motor a nivel global.