El US Open, el último Grand Slam del año, ha vuelto a generar titulares, pero esta vez, el drama no está en las canchas.
Una persistente queja resuena entre los jugadores de élite es el inconfundible olor a marihuana que se filtra en las pistas de Flushing Meadows.
Este aroma, que se ha vuelto un ‘fantasma’ recurrente del torneo, está creando un nuevo desafío mental y físico para los atletas.
La situación, que fue reportada por tenistas en años anteriores y resurgió con fuerza en la edición actual, pone en evidencia el choque entre el ambiente de un torneo de élite y el contexto urbano de Nueva York. Con el consumo de cannabis legalizado en el estado, el olor parece provenir del cercano Flushing Meadows Corona Park, flotando hacia las canchas, especialmente la famosa Pista 17.
Si bien las autoridades del torneo intentaron abordar el problema, la solución es compleja, ya que no se puede controlar lo que ocurre fuera de los límites del recinto.
Esto forzó a los tenistas a desarrollar una nueva habilidad: la de mantener la concentración a pesar de la distracción olfativa; como bromeó en su momento Alexander Zverev, “la Pista 17 huele a sala de Snoop Dogg”, una referencia que se ha convertido en una anécdota recurrente del torneo.
La situación generó reacciones diversas, desde la frustración de Casper Ruud hasta la aceptación de otros jugadores que aprendieron a convivir con el “aroma de Nueva York”.
La polémica, lejos de ser solo una anécdota, pone sobre la mesa el desafío que representa para los deportistas de alto rendimiento adaptarse a las circunstancias que están fuera de sus manos y del torneo.
Con el US Open a la vanguardia de las competiciones más ruidosas y caóticas, este nuevo obstáculo olfativo es solo un recordatorio más de que en Flushing Meadows, la victoria no solo depende de la raqueta y la estrategia, sino también de la capacidad de los jugadores para ignorar las distracciones, por más penetrantes que sean.