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Ana Mena canta “tengo 10 mil formas de matarte”… ¿se permitiría si fuera hombre?

El nuevo single de Ana Mena, Lárgate, mezcla despecho, símbolos violentos y sátira. Pero ¿cómo se juzgaría la letra si un hombre la cantara?

El regreso de Ana Mena con “Lárgate” reaviva un debate incómodo: ¿doble moral en la música?
Música El regreso de Ana Mena con “Lárgate” reaviva un debate incómodo: ¿doble moral en la música? (Youtube)

El regreso de Ana Mena viene acompañado de Lárgate, una canción que no se anda con medias tintas. Con versos como “Tengo 10,000 maneras para matarte” y “una pistola que he aprendido a limpiar”, la letra aparenta un choque visceral entre frustración amorosa y violencia simbólica.

El video refuerza esa estética de venganza a través de humor negro, simbolismo cinematográfico y guiños visuales al cine gótico o de suspenso. En él, la artista aparece junto a un cadáver, en una escena que alude al despecho extremo.

Ana Mena ha defendido esta propuesta como un ejercicio artístico: “es sátira, humor, arte”, declara, rechazando que su intención sea promover la violencia literal para las radiodifusoras de PRISA.

¿Y si un hombre escribiera la misma letra?

Aquí surge el análisis crítico: si un hombre cantara la misma letra —“tengo maneras para matarte”, “una pistola que he aprendido a limpiar”— el discurso público seguramente reaccionaría con mayor dureza. Se lo cuestionaría como una glorificación de la violencia contra las mujeres, un tema históricamente sensibilizado por la carga simbólica patriarcal.

En México, por ejemplo, canciones como “Mátalas” de Alejandro Fernández generaron polémica al interpretarse como violencia machista, como parte del debate sobre la responsabilidad artística frente a discursos de género.

La doble vara es clara: a una mujer se le suele conceder licencia artística para expresarse con metáforas violentas o simbólicas, como catarsis de dolor. A un hombre, ese mismo lenguaje puede leerse como amenaza concreta o normalización de la violencia de género.

Límites entre metáfora, catarsis y discursos peligrosos

Para valorar si Lárgate cruza una línea, conviene distinguir:

  • Metáfora emocional: expresar el impulso de destruir simbólicamente algo que duele.
  • Catarsis artística: una forma de desahogo creativo que no pretende realismo.
  • Apología de la violencia: enunciados que podrían interpretarse como incentivo real a dañar.

Cuando las letras incorporan objetos reales —armas, veneno, hacha— y expresiones explícitas de muerte, el riesgo simbólico se intensifica, más aún en una cultura con violencia de género estructural.

Ciertos estudios del discurso musical muestran cómo las letras violentas en canciones de rap, rock o pop pueden reforzar modelos normativos si no hay una distancia crítica entre el autor y ese lenguaje (esto aplica tanto para mujeres como para hombres).

¿Es doble estándar admitirlo en voz femenina?

Las reacciones populares muestran que cuando una mujer expresa violencia simbólica, muchos interpretan una intención de empoderamiento o rebelión ante el maltrato. Se acepta con mayor tolerancia como símbolo de ruptura o catarsis.

Pero si esa misma letra proviene de un hombre hacia una mujer, se activa el sustrato simbólico del patriarcado: hombre que amenaza, controla, domina. El contexto importa mucho.

El debate, entonces, es si estamos ante un doble estándar legítimo (contextos distintos) o una permisividad que perpetúa desigualdades simbólicas en el arte.

Lárgate de Ana Mena funciona como catalizador: obliga a confrontar el límite entre arte y responsabilidad simbólica. Si bien ella lo encuadra como sátira y catarsis, la letra y el videoclip adoptan recursos que pueden leerse ambivalentes, dependiendo del sujeto que los porte (mujer u hombre) y del contexto cultural.

Este caso demuestra que no es irrelevante quién habla ni quién escucha. En música y género, cada palabra carga historia.

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