El estreno de la docuserie Juan Gabriel: Debo, puedo y quiero ha sacudido la memoria colectiva de México. Más allá del retrato íntimo del ídolo de la música, la serie abre una ventana inesperada al cruce entre la cultura popular y el cine, al mostrar a figuras que años más tarde se convertirían en pilares del séptimo arte: Alejandro González Iñárritu y Emmanuel Chivo Lubezki.

Entre los archivos personales de Juan Gabriel, la docuserie rescata una grabación de una velada ocurrida en 1989 durante una show en el Centro de Espectáculos Premier en la Ciudad de México. En esas imágenes, se observa a un joven Alejandro González Iñárritu, mucho antes de ganar premios Oscar, disfrutando del evento acompañado del hijo de Miguel Alemán Magnani.



La escena, sencilla y fugaz, adquiere hoy un valor simbólico: Iñárritu, quien años más tarde llevaría el nombre de México a lo más alto del cine mundial, aparece compartiendo un momento con el artista que, a su manera, también rompió fronteras y prejuicios con su talento.
Aquel encuentro casual refleja el poder de Juan Gabriel como punto de unión entre distintas generaciones y disciplinas creativas. En su entorno cabían músicos, políticos, actores, intelectuales y, como ahora se descubre, cineastas en formación.
El día que Juan Gabriel puso a bailar al “Chivo”
Otro episodio del documental ofrece una joya inesperada: Emmanuel Chivo Lubezki, hoy reconocido como uno de los mejores directores de fotografía del mundo, aparece registrando con su cámara un concierto de Juan Gabriel en la Plaza de Toros México, en 1990.
Entre el público y la euforia, el joven camarógrafo sigue los movimientos del Divo, hasta que éste, con su carisma inigualable, le dedica una sonrisa y un movimiento de baile que provoca la risa del propio Lubezki.
Esa breve interacción se convierte en una metáfora perfecta de lo que fue Juan Gabriel: un artista capaz de inspirar, conectar y desarmar incluso a quienes observaban su arte desde detrás de la lente.




Puentes entre la música y el cine
El documental muestra que, más allá de su carrera como compositor y cantante, Juan Gabriel fue un imán para las mentes creativas de su tiempo. Su energía escénica, su manejo de la emoción y su capacidad para convertir la vida cotidiana en espectáculo fueron, de alguna forma, un espejo de lo que más tarde el cine mexicano proyectaría al mundo a través de creadores como Iñárritu y Lubezki.
Verlos ahora, desde la distancia del tiempo, en los archivos de Juan Gabriel, no es sólo una curiosidad visual. Es también un recordatorio del ambiente cultural que existía en el país a finales de los años ochenta: un México vibrante, contradictorio, donde las artes dialogaban sin etiquetas y el talento encontraba caminos insospechados.
El archivo vivo de un ídolo
Juan Gabriel: Debo, puedo y quiero no se limita a revisar la biografía del artista. Su valor está en los detalles, en las miradas cruzadas, en la textura del tiempo que conserva cada cinta. Al recuperar momentos como los de Iñárritu y Lubezki, la serie se convierte en una cápsula de la memoria mexicana, donde la música y el cine se entrelazan para contar una misma historia: la de la creatividad sin fronteras.
Con estas imágenes, Juan Gabriel no sólo reafirma su legado como uno de los más grandes intérpretes de Latinoamérica, sino también como un punto de encuentro entre mundos artísticos que definieron una época.


