Dolores Hidalgo amaneció fría, pero al caer la tarde el aire se llenó de música, cempasúchil y risas. En el corazón de la ciudad, frente a la Presidencia Municipal, catrinas y zombies desfilaron entre luces y aplausos: era el tercer Festival de la Muerte, organizado por el gobierno municipal para honrar la tradición que cada año reúne a familias enteras entre disfraces, altares y pan de muerto.

El evento incluyó el tradicional concurso de catrinas y un animado desfile de zombies, donde participaron personas de todas las edades. Algunos trajes eran verdaderas obras de arte; otros, improvisados con ingenio, pero todos compartían el mismo espíritu festivo.

Hasta los perros se sumaron, vestidos de esqueletos o brujas, acompañando a los niños que pedían dulces al grito de “¡queremos Halloween o calaverita!”.

En el primer cuadro, el mercado de alfeñiques ofrecía su estampa clásica: el olor a azúcar, el brillo de las calaveras, las velas encendidas y el eco de la música que salía de los portales. Los visitantes recorrían los pasillos entre los altares de muertos dedicados a los próceres de la ciudad —como Virginia Soto, primera mujer alcalde de Guanajuato o José Alfredo Jiménez, músico y compositor—, y otros que rendían homenaje con humor y picardía a figuras políticas como Luis Donaldo Colosio, el PRI o el PAN, con su nuevo logotipo incluido.

Esa mezcla de solemnidad y sátira, de respeto y carcajada, es parte del carácter mexicano: un segundo sincretismo que une las tradiciones prehispánicas, los ritos católicos y el toque contemporáneo del Halloween
La tarde fue helada, pero el ambiente cálido. La muerte, como cada año, volvió a convocar a todos en Dolores Hidalgo, la cuna de la Independencia, para recordarnos que celebrar a los que se fueron es también una forma de afirmar la vida.

