Cada diciembre, el Aeropuerto Internacional del Bajío deja de ser solo un punto de llegada. Se convierte en un lugar donde el mundo se detiene para mirarse de frente y reconocerse. Reconocer: una palabra que se lee igual de ida y de vuelta, como el viaje al hogar.
El vuelo procedente de Houston aterriza al medio día en punto del martes 23 de diciembre. Antes de que se abran las puertas, el nerviosismo ya ocupa la sala: abrazos ensayados, manos que tiemblan, ojos clavados en el pasillo por donde aparecerán los que se fueron.
Martín tiene 20 años. Se fue —o mejor dicho, lo llevaron— cuando tenía dos. Nunca había pisado Guanajuato. Su tía lo espera casi llorando. Cuando lo ve, no dice “bienvenido”, dice algo más simple y más profundo: Estás enorme, y luego de que él hace una pausa antes de abrazarla ambos se vuelven a fundir en un abrazo.
Es lo primero que se le ocurre. Los ojos se le llenan de lágrimas. Martín prefiere no hablar con Publimetro. Está aturdido. La última vez que vio a su tía no puede recordarla. Hoy la reconoce con el cuerpo, no con la memoria.

Como él, miles de historias llegan estos días al Bajío. Según la Secretaría de Derechos Humanos del Gobierno del Estado, cada diciembre arriban a Guanajuato cerca de 100 mil personas que radican en Estados Unidos, principalmente en California, Texas y Chicago. La mayoría vuelve a municipios como León, San Luis de la Paz, San Felipe, Ocampo e Irapuato.
Unos pasos más allá, Juan espera a María. Viene en ese mismo vuelo desde Houston. Es su prima y jamás ha pisado Guanajuato. Sus padres no vienen: no tienen documentos y prefieren quedarse.—La conozco por videollamada —dice Juan—, pero hoy la voy a conocer de verdad.
Piensa en la bienvenida. No duda:—“Unos chilaquiles… bien sabrosos", responde cuando se le pregunta si ya piensa en la comida que le mostrará por vez primera.
En otra esquina del aeropuerto, un hombre de sombrero impecable y aroma a madera sostiene del brazo a su esposa. Esperan a sus cuatro hijos.—¿Dos hombres y dos mujeres?—Dos niñas y dos niños —corrige—, pero ya pasan de los 40 todos.
Los espera con los ojos húmedos, como si aún fueran pequeños. Es originario de Cortazar. Cuando le preguntan si alguna vez se fue, responde sin dudar:—Yo nunca me fui, pa’ qué.
La mujer le aprieta el brazo. Le pide que no hable con nadie. Le preocupa la seguridad. Él sonríe: pidió de regalo solo una cosa este año. Verlos llegar.
Además del reencuentro, Guanajuato ha desplegado operativos y programas de acompañamiento para recibir a quienes regresan. Bajo la estrategia “MigranTeQuiero”, el estado impulsa acciones como el Plan de Retorno Asistido, que ofrece apoyo desde Estados Unidos, acompañamiento en cruces fronterizos y atención al llegar al estado; el programa Mineros de Plata, para que adultos mayores visiten a sus hijos en EE. UU.; y Migrantes Construyendo Comunidades, enfocado en proyectos productivos y desarrollo local.
También se activan caravanas migrantes, módulos de información y vinculación laboral mediante la plataforma Coneecta, con el objetivo de que el regreso no sea solo un paréntesis, sino una posibilidad.
Cada diciembre, el aeropuerto vibra distinto. No es solo llegada. Es reconocimiento. Guanajuato reconoce a quienes se fueron a buscar futuro y regresan, aunque sea por unos días, a darse un respiro del año difícil.
Aquí, por unas horas, el mundo cabe en un abrazo y nadie necesita ‘papeles’ para amar.
