Hay noches en las que la palabra milagro no necesita comillas. En la del 24 de diciembre, un bebé que nació con apenas 900 gramos dejó atrás la Unidad de Cuidados Intensivos Neonatales (UCIN) del Hospital General de Uriangato y salió, por primera vez, rumbo a casa.
Llegó al mundo el 21 de agosto, con un cuerpo tan frágil que cabía en una mano y un pronóstico que obligaba a hablar en voz baja. Desde entonces, cada día fue una apuesta contra el tiempo, sostenida por cuidados intensivos, vigilancia permanente y un equipo médico que no perdió de vista lo esencial: mantenerlo con vida.
Durante meses, el bebé permaneció conectado a monitores, rodeado de incubadoras, protocolos y manos expertas. La balanza, que al inicio marcaba 900 gramos, hoy señala 3.2 kilos. Clínicamente estable, el alta dejó de ser una posibilidad remota y se volvió realidad.
No fue un egreso cualquiera. Ocurrió en Nochebuena, cuando el hospital suele estar en silencio y las despedidas suelen ser otras. Esta vez, el pasillo fue testigo de un cierre distinto: el de una lucha que parecía improbable y terminó venciendo.
El bebé inicia ahora una nueva etapa fuera del hospital, acompañado de su familia y del recuerdo de sus hermanos. Para quienes lo atendieron, el momento resume por qué, incluso en la medicina más dura, hay historias que se resisten a terminar mal.
Esa noche, mientras muchas familias encendían luces y ponían la mesa, una más recibió el regalo que no se envuelve: volver a casa con vida.
