Algarabía

Ni quién se entere: Las muertes solitarias

Kodokushi, ‘muerte solitaria’, es un término japonés que refiere a las crecientes estadísticas de personas que fallecen sin ninguna compañía.

¿Qué se necesita para recibir la atención de los demás? El reflector alumbra a quien más aporta al desarrollo social o al que comete los actos más atroces; al más atractivo, rico, memorable o infame. En contraste, hay personas cuya existencia queda inadvertida hasta que el olor de sus cadáveres exige ser identificado.

País del sol naciente… y de la muerte aislada

Kodokushi, ‘muerte solitaria’, es un término japonés que refiere a las crecientes estadísticas de personas que fallecen sin ninguna compañía y cuyos cuerpos son hallados días o incluso meses después. No existe un registro de la fecha en que el fenómeno comenzó a ocurrir, pero el primer caso de gran impacto ocurrió en Japón, en el año 2000.

Un hombre de 69 años falleció en su departamento. La renta y los servicios de su hogar se descontaban automáticamente de su cuenta bancaria hasta que, tres años después, sus ahorros se agotaron. Cuando las autoridades llegaron a reclamar los pagos, no encontraron más que el esqueleto.

Si consideramos que Japón tiene «oficialmente» la expectativa de vida más alta de todo el mundo —83.9 años—, y que su población de adultos mayores —26.56%— es mucho más alta que la de niños —12.94%—,1 es evidente que, en la mayoría de los casos, la muerte solitaria rondará a las personas de edad avanzada.

Antiguamente la tradición dictaba que las generaciones jóvenes se harían cargo de los familiares ancianos, pero el extenuante ritmo de vida actual provocó que, llegado el momento en que hijos y nietos deben apartarse para desarrollar una vida propia, los ancianos japoneses tienen que solventar sus gastos mediante una pensión o —en caso de tenerlos—, los ahorros de su etapa económicamente activa. En ocasiones optan por mudarse a ciudades y residencias donde habitan otros coetáneos solitarios.

Otros, para evitar el aislamiento, cometen delitos menores con el fin de ser arrestados y vivir sus últimos días en una prisión que les ofrezca un patrón de vida digno y estable en compañía de otros reclusos: se estima que, de cada cinco mujeres en las prisiones japonesas, una es de edad avanzada. Sin embargo, este fenómeno ha exigido al sistema penitenciario implementar costosos programas de rehabilitación y cuidado para los ancianos solitarios.

El «¡pop!» de la burbuja

Durante la década de 1980 Japón vivió una «burbuja financiera» que significó un aumento en los precios de las acciones y las propiedades.2 Las empresas aprovecharon el superávit comercial para adquirir bienes inmuebles y revalorizar sus acciones; en otras palabras: mientras más propiedades tuviera una empresa, más valían sus acciones y el valor de los bienes crecía exponencialmente.

A inicios de 1990, la depreciación del yen frente al dólar y la creciente especulación con el valor de las propiedades provocaron que la burbuja explotara. La seguridad económica se desplomó y la generación económicamente activa se enfrentó a una situación laboral incierta. Muchos aceptaron trabajos con horarios excesivos; otros tantos, no encontrando cómo insertarse en el mercado y sin oportunidad de estudiar ni ejercer profesión alguna, fueron estigmatizados como «parásitos» de la débil economía japonesa.

Juventud confinada

En respuesta al rechazo, cientos de jóvenes se apartaron de la sociedad, dando origen al fenómeno de los hikikomori, individuos que se aíslan dentro de sus habitaciones debido a presiones sociales durante periodos mayores a seis meses. Muchos de los que entonces recurrieron a este «destierro»—al mismo tiempo voluntario y obligado— ahora rebasan los 40 años. Si atendemos a las estadísticas del kodokushi, la soledad que inició en su juventud quizá será perpetua.

Alguien tiene que limpiarlo

El impacto de las muertes solitarias en la sociedad nipona es visible en la proliferación de compañías de limpieza que se dedican a sanear las casas de personas fallecidas; en 2017 existían cerca de 4 mil empresas en el rubro. Un ejemplo es la ToDo Company, conformada por tan sólo diez empleados. Aunque suelen acudir al domicilio luego de que el cadáver ha sido retirado, es inevitable encontrarse con restos de pelo, fluidos y hedores que ha dejado la putrefacción.

Además de limpiar, esta compañía se dedica a recolectar los objetos significativos de los fallecidos, ofreciéndolos a la familia o seres cercanos. Si son rechazados, la empresa hace un ritual con ellos y, posteriormente, los incinera.

Otros casos en el mundo

Aunque este fenómeno es más palpable en Japón, se han registrado algunos casos en otros territorios. Un ejemplo es el de Pilar M., una mujer de Cádiz, España, que murió en su departamento en 2010 pero permaneció en él hasta 2015. Una mañana los albañiles que trabajaban en la fachada del edificio vieron —a través de una ventana— a Pilar, o mejor dicho: lo que quedaba de ella. El cuerpo no mostraba signos de violencia. Al investigar sobre la difunta, se encontró que era una enfermera que abandonó su trabajo en 2010 y no se sabía nada de ella desde entonces. Nadie reportó su desaparición.

En 2006, en Wood Green, Londres, los funcionarios de una asociación de vivienda hallaron a Joyce Carol Vincent recostada sin vida en un sofá. Las fechas de caducidad de los alimentos en su cocina eran de 2003; en el suelo había muchos regalos navideños sin abrir. Lo único que acompañó a Joyce durante los años que pasó inadvertida, fue su televisor, aún encendido al momento de hallar el cadáver.

Por BMA

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