Algarabía

19/S del 85, el renacer de una ciudad

¿Cuántas vidas tiene una ciudad? En el llamado «ombligo de la luna», esta respuesta es constante y variada. Conquista, Independencia y Revolución, pero además están otros renacimientos como los que surgen después de una masacre que baña de sangre inocente lugares emblemáticos o un desastre natural que la obliga a reconstruirse de entre los escombros más de una vez.

Según la Academia Mexicana de las Ciencias, un terremoto no produce un trauma único e inamovible, sino que se trata de un evento prolongado en el que hay varias situaciones inesperadas

Una ciudad en ruinas

El 19 de septiembre de 1985, el Distrito Federal sufrió uno de los más devastadores terremotos del siglo XX. A las 7:17 de la mañana, con 8.1 grados de magnitud en la escala de Richter, el movimiento telúrico tuvo su epicentro en el Océano Pacífico cerca del Río Balsas, pero fue hasta las 7:19 de la mañana que comenzó en la ciudad de México. Según el Instituto de Geofísica de la UNAM, duró casi cuatro minutos, de los cuales, un minuto y treinta segundos tuvo la mayor intensidad.

Eso bastó para que más de 400 edificaciones sucumbieran ante la vibración de la tierra. Al finalizar el terremoto, las líneas telefónicas estaban muertas —se tardó seis meses en establecer la telefonía en toda la ciudad—, la señal de televisión también se había perdido y nadie tenía forma de comunicarse. En todo el país la gente había comenzado a llorar a sus conocidos del Distrito Federal, pues corría el rumor de que la ciudad había sido devastada totalmente.

Aunque en la primera cifra oficial de fallecidos se contaron 3 692 cuerpos, en 2 015 el Registro Civil de la Ciudad de México confirmó la muerte de 12 843 personas; sin embargo, durante mucho tiempo se estimó un mínimo de 30 mil víctimas, debido a la opacidad de las autoridades para reconocer la magnitud de la tragedia.

Nace la Sociedad Civil

Incapacitado para enfrentar la tragedia, el gobierno actuó lenta e inconscientemente. A unos meses de celebrarse el Mundial de Futbol 1986, el presidente Miguel de la Madrid rechazó la ayuda internacional alegando que el Estado mexicano estaba preparado para enfrentar una situación así. Tres horas después del temblor ordenó a la policía y al Ejército salir a las calles, pero no para ayudar, sino para resguardar los edificios derrumbados.

La verdadera iniciativa la tomó la gente. Desde el primer momento, los ciudadanos salieron a la calle con palas, picos y todo lo que les sirviera para ayudar o salvar a las personas atrapadas entre los escombros. Desconectados del gobierno y actuando por solidaridad, nació la sociedad civil. Al respecto, Carlos Monsiváis definió a esa insurrección ciudadana en el libro No sin nosotros: Los días del terremoto 1985-2005, de esta forma:

Sin debates previos, sin precisiones conceptuales, en cuatro o cinco días se impone el término sociedad civil, lo que, por el tiempo que dure, le garantiza a sus usuarios un espacio de independencia política y mental. Como es previsible, el impulso genera la pretensión de «cogobierno» en el empeño de salvar vidas y de restaurar o instaurar el orden urbano. En rigor, nunca son gobierno, pero esta creencia ilumina algo muy característico de los gobernantes: su rotunda banalidad. Ésta es la gran certeza de 1985: el descubrimiento de que la colectividad sólo existe con plenitud si intensifica los deberes y anula los derechos, si la sociedad civil es una idea todavía imprecisa, los cientos de miles que se consideran sus representantes le otorgan energía y presencia irrebatibles.

A partir de entonces la sociedad se convirtió en una parte activa de la vida política del país y se comenzaron a crear movimientos y organizaciones para apoyar a la población, sobre todo a los más afectados. Por ejemplo, la fundación Pro Niños surgió para ayudar a los niños en situación de calle, cuya cifra se elevó después del terremoto, y los célebres «topos», un grupo de rescate y búsqueda de víctimas, que hasta 1986 se constituyó formalmente como la Brigada de Rescate Topos Tlatelolco A. C.

El daño invisible

Jorge Espinoza de los Reyes Sánchez, el entonces embajador de México en los EE. UU., dijo algunos días después del temblor: «Solitos vamos a salir, México es más grande que sus problemas». Aunque en el extranjero se vio como un comunicado de fuerza, valentía y autosuperación, en realidad era una manera de encubrir una realidad que superaba toda ficción.

Tras el temblor, la mayor parte de los ciudadanos, tanto aquéllos que salieron a las calles desde el primer momento como los que sufrieron grandes daños, prolongaron algunas condiciones mentales y materiales, que tuvieron su origen aquel 19 de septiembre, como:

  1. Trauma inicial por la sacudida violenta.
  2. Sensación de amenaza constante ante la posibilidad de quedar atrapados bajo los escombros y quedar inerme ante condiciones climáticas extremas.
  3. Temor a exponerse a escenas traumáticas como ver personas atrapadas, cuerpos en descomposición o encontrar partes de cuerpos en el paisaje cotidiano.
  4. Presión para abandonar el hogar, ser reubicados en albergues o transformar de manera instantánea su vida cotidiana.
  5. Pérdida absoluta de estabilidad y recursos.

No obstante, a pesar de que muchas personas en estado de shock trabajaron unidas, sin descanso e incluso con optimismo —desde el momento del temblor y hasta dos semanas después del accidente—, al finalizar las búsquedas de rescate e intentar regresar a su vida normal, fueron invadidos por sentimientos de desesperanza y fatiga, por lo cual, el desinterés y la pérdida del placer se asentaron hasta en 63% de los citadinos. Las consecuencias psicológicas más persistentes en ellos fueron el trastorno por estrés postraumático (TEPT), trastorno depresivo y ataques de pánico.

La psique de la ciudad se transformó. Las personas tenían miedo de cualquier movimiento fuera de lo cotidiano, había quienes evitaron por años el lugar en el que vivieron el suceso e incluso hay historias de personas que se fueron de la ciudad ese mismo día y nunca volvieron a pisarla de nuevo.

El nuevo rostro de la ciudad

Según la Secretaría de Salud, 5 728 inmuebles privados y públicos sufrieron daños, sin embargo, estos son algunos de los más recordados —de los más de 400— que se perdieron en aquellos minutos de terror:

  1. Secretaría de Marina
  2. Secretaría de Comunicaciones y Transportes
  3. Multifamiliar Benito Juárez
  4. Hotel Regis
  5. Hospital Juárez
  6. Centro Médico Nacional del IMSS
  7. Televiteatros
  8. Televicentro
  9. Edificio Nuevo León en Tlatelolco
  10. Fábricas de costura en San Antonio Abad

Cambio de reglas

El temblor rompió una cortina que la corrupción había intentado mantener cerrada. Los sobornos y las malas prácticas fueron responsables de la muerte de miles de personas. Después del 19 de septiembre de 1985, se instauraron nuevos reglamentos para la construcción de edificios en una ciudad que se alzó sobre un lago.

El uso de concreto reforzado con acero, la distribución de cargas y la construcción de vías de escape, fueron algunas de las medidas que se implementaron para todas las obras; asimismo éstas lograron que en el terremoto de 2017, exactamente 32 años después, el número de víctimas no se acercara al de 1985.

Sin embargo, en la misma realidad kafkiana que vive la burocracia en la Ciudad de México, hubo contratistas que hicieron caso omiso al reglamento y construyeron edificaciones que supusieron una condena de muerte para quienes estaban dentro.

DV Player placeholder

Tags


Lo Último

Te recomendamos