Hace un año y ocho meses que presentaron a Matías Almeyda, hubo quienes se burlaron de él cuando dijo su famosa frase: “Chivas es un gigante que estaba dormido y trabajaremos para despertarlo”. Ayer, tras 11 años de sequía, de lágrimas, de los desfiles interminables de técnicos, de jugadores indisciplinados, de problemas legales y maritales de Jorge Vergara, Guadalajara olvidó la malaria para celebrar un trofeo más.
Más allá de la obligada historia por usar a sólo jugadores mexicanos, Almeyda, no sólo dijo que confía plenamente en la legión nacional, lo demostró y eso es lo más importante.
Desde aquella incógnita originada en un día cualquiera, cuando el Pelado arribó a Guadalajara para asumir el cargo, hasta el objetivo cumplido ayer, Chivas ha ido en un claro ascenso, por su historia, por su obligación como equipo grande y con el orgullo de una escuadra que efectivamente, era un “gigante adormecido” producto de sus propios errores.
El Pelado tiene todo el crédito, porque sus historias al interior de la institución se cuentan por montones, con tal de unir y sacar lo mejor de cada jugador que hoy ve convertido su sueño en realidad.
Simplemente les dio las armas, pero no sólo armas en la cancha, fuera de ella les enseñó a sus jugadores a recuperar el hambre y soltar la presión para traducirla en talento y a “comerse la cancha”, sin perder las formas ni el respeto a un estilo histórico, y aunque en la final aprendió a defenderse mejor que nunca, siempre buscó atacar convencido que su capacidad, empujada por 40 millones de mexicanos, sería suficiente para ser campeón.
En medio de las críticas, de las burlas y de los comentarios irónicos, incluso de varios comentaristas y periodistas del gremio mexicano, Chivas acabó con los mitos y volvió sus sueños una realidad que ahora disfrutan gracias al trabajo arduo de futbolistas y cuerpo técnico comandado por el único Pelado que hoy ya tiene su lugar reservado en el corazón de los rojiblancos.
Honor a quien honor merece… ¡Felicidades campeón!
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