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El museo Zeitz MOCAA, gran hogar del arte contemporáneo africano

“El primer gran museo dedicado al arte contemporáneo de África”

¿Cómo contamos el arte contemporáneo de África? Un gran museo sudafricano contesta esa pregunta imposible: el Zeitz MOCAA de Ciudad del Cabo, que busca codearse con instituciones tan reputadas como el Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMA) o la Tate Modern de Londres.

Tras abrir sus puertas en 2017, este antiguo silo convertido en un imponente edificio de hormigón y cristal, que se alza contra el cielo entre la Montaña de la Mesa y el océano Atlántico, ha logrado consolidarse como el gran hogar del arte africano contemporáneo, con miles de visitantes cada mes llegados desde todas partes del mundo.

Nació con la etiqueta de ser una iniciativa pionera, «el primer gran museo dedicado al arte contemporáneo de África», y la ventaja de situarse en uno de los puntos más turísticos del continente: el Waterfront costero de la cosmopolita Ciudad del Cabo, una especie de Barcelona africana cuya vida cultural tiene poco que envidiarle a la de las grandes metrópolis internacionales.

Por la misma razón, el reto y la responsabilidad con la que vino al mundo no eran menores: un museo no solo exhibe sino que con sus decisiones da forma a lo que sale en los libros y define qué artistas pasan o no a la historia. Eso, con el arte contemporáneo africano, nunca nadie se había atrevido a hacerlo a gran escala.

«Tenemos la oportunidad de poner en cuestión qué es un museo, qué hace y qué significa para este contexto (…). Queremos establecer una institución que sea adecuada para los desafíos y las oportunidades propios de aquí«, explica a Efe Storm Janse van Rensburg, uno de los líderes del equipo de conservadores del museo.

No buscan parecerse a ningún otro museo del mundo, asegura también este experto, ya que, al fin y al cabo, están recorriendo un territorio inexplorado. Lo hacen, además, en un contexto muy heterogéneo donde las tendencias son difíciles de delimitar y donde las etiquetas puramente geográficas acaban diciendo muy poco.

Así, entre sus paredes, el Museo Zeitz de Arte Contemporáneo de África (Zeitz MOCAA) alberga actualmente obras en todo tipo de formatos, firmadas por artistas como el maliense Abdoulaye Konaté, conocido por sus tapetes monumentales; el fotógrafo beninés Leonce Raphael Agbodjelou o su colega sudafricana Zanele Muholi.

También está, cómo no, el artista sudafricano probablemente más reconocido a nivel internacional, el polifacético William Kentridge (premio Princesa de Asturias en 2017), al que en los últimos meses se le dedicó una gran retrospectiva sin precedentes titulada «Por qué debo dudar: poniendo a trabajar los dibujos».

EL ARTE AFRICANO, MÁS QUE MÁSCARAS Y RITUALES

Con sus 6 mil metros cuadrados, el Zeitz busca ser un punto de encuentro en el que artistas consolidados, emergentes y olvidados del continente y de la diáspora africana pueden crear su propio discurso sin el yugo del exotismo con el que son estudiados en otros lugares.

«Yo creo que hay definitivamente una suposición (por parte del público occidental) de que el arte africano va de máscaras y rituales», ejemplifica Van Rensburg.

«Eso es un aspecto muy importante del arte clásico africano pero, por supuesto, los artistas africanos contemporáneos trabajan de muchas maneras diferentes y rompen esas presunciones», añade el curador.

Los creadores que se exhiben en el Zeitz son, además, móviles: han trabajado en Londres, Berlín, Nueva York y otros grandes núcleos culturales del mundo y sus obras, por supuesto, no representan «solo» el resultado de tendencias africanas.

Cuando aparecen en muestras en Europa o América, sin embargo, es frecuente que la etiqueta de «arte africano» sea la más importante o incluso la única bajo la que se les encuadra. En la otra cara de la moneda, a nadie se le ocurriría plantear una exposición bajo la premisa única de «arte europeo», por ejemplo.

«Es importante localizar dónde debe estar el debate, y sí, llevar adelante esa identidad. Pero también quiero la libertad de moverme alrededor de ella y no estar definido solo por eso», razona Van Rensburg.

«Tenemos que crear -añade- un espacio para que los artistas africanos puedan tener una plataforma para conversar con lo estético. Por ejemplo, para hablar sobre formalismo. Esos espacios puede que no hayan estado tan disponibles».

No hay, por tanto, una definición única de lo que es el arte africano contemporáneo. Se trata de una «práctica en desarrollo», según enfatiza Van Rensburg, en la que el Zeitz quiere poner su granito de arena para ampliar los márgenes de un discurso que, hasta ahora, estaba mayoritariamente guiado por las pautas que marcaban los mercados de arte occidentales.

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