El rodaje de Dos vacas y una burra finalizó tras cinco semanas en las que la producción tuvo que enfrentarse a grandes obstáculos como el confinamiento perimetral que ha vivido la comunidad de Cantabria durante varias semanas debido al Covid o el mal tiempo que, por las fuertes lluvias, provocó cambios en el plan en varias ocasiones.
El director, Jesús del Cerro, aprovechó todas estas circunstancias adversas y las inclemencias meteorológicas para reforzar los elementos dramáticos de la película.
El rodaje, que comenzó el 18 de noviembre, concluyó en la ciudad de Santander, que ha prestado al equipo algunos de sus puntos más singulares como el centro histórico, la calle Rubio, el Palacio de la Magdalena o el paseo marítimo.
A este set urbano se unen las diferentes localizaciones de los paisajes naturales de Vega de Pas, Esles o Liérganes, que darán muestra en la película de la Cantabria más rural.
Miguel Ángel Muñoz, Pablo Puyol y Esmeralda Pimentel, así como del director, Jesús del Cerro tuvieron que adaptarse a los protocolos sanitarios, tal como le señala la actriz mexicana.
Dos vacas y una burra
Pedro (Miguel Ángel Muñoz) es un joven arquitecto en paro que, estando con su tío Luis (Pablo Puyol), un médico también desempleado, le sorprende una noticia: su abuelo Paco, a quien no llegó a conocer, ha fallecido.
Paco era un reputado arquitecto que emigró a México para hacer fortuna y ha dejado a Pedro en herencia dos vacas y una burra en un pueblo del norte de España. L
os dos jóvenes dejan la ciudad para emprender un viaje con la intención de vender los animales, pero las situaciones que les esperan cambiarán sus planes.
Ambos se enamoran del paisaje y de sus gentes. Pedro en especial de Paula (Esmeralda Pimentel), una joven estudiante mexicana, nieta del mejor amigo de su abuelo, quien también emigró a México.
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Todos se verán envueltos en un disparatado enredo familiar originado por “la Jana” (Mamen García), la antigua novia de Paco, obsesionada con “el tesoro” que, supuestamente, había escondido antes de morir.
Durante este viaje Pedro no solo descubre el vínculo profesional que le une a su abuelo, sino también un paraíso inesperado, que le transformará y le hará encontrar el sentido a su vida lejos de la ciudad.
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