Estilo de vida

El decadente y asombroso parque de diversiones de los Picapiedra

Digamos que vas al Gran Cañón y el clima está de la mierda. Hace frío, está húmedo y hay mucho viento. Pagaste 25 dólares por el privilegio de correr a través de un estacionamiento y ver un maldito hoyo húmedo y ventoso en la tierra por unos cuantos minutos, correr de regreso a tu carro y seguir lenta y mecánicamente una minivan cubierta con una estúpida calcomanía que dice “Mi familia” de vuelta a la civilización. Si eso te pasara, seguro estarías muy enojado. ¿Pero qué pasaría si te dijera que se acercan mejores tiempos? Y que con ellos también lo hace una atracción majestuosa. Un lugar donde brilla el sol, hasta echa chispas, y que todo lo que necesitas ver cuesta cinco dólares y no veinte, incluso a pesar de que es una de las siete maravillas del mundo. Qué harías si te dijera que, tan sólo unos cuantos minutos más adelante, está la Bedrock City (Piedradura) ¿Eso te haría sentir mejor?

Bedrock City abrió en 1972. Ha sido un fracaso (uno supone) desde su apertura. Lo primero que ves es una tienda de regalos oscura y húmeda, lleva de una combinación entre estatuillas de águilas calvas fabricadas de manera poco ética nuevas y chucherías antiquísimas cubiertas de capas de polvo. Bolsas de plástico que cargan imanes en forma de estados que no se vendieron, que se pegan y se deshacen en los dedos. Los imanes están tan viejos que se nota que fueron hechos en Estados Unidos. Las águilas calvas brillan tanto que obvio no fueron hechas en Estados Unidos.

Hay una cafetería dirigida por un mesera agradable, preocupada al extremo, donde puedes comprar café a un precio prehistórico de cinco centavos. A pesar del costo tan bajo, esta permitido el refill. Por un precio injusto para el negocio puedes comer brontohamburguesas, sándwiches de pterosaurio y ensaladas saturadas con aderezo ranch de suero de leche. Se ve feliz de que haya alguien aquí, comprando algo. Lo que sea.

Una mesa llena de problemas, el patriarca que está vestido con una playera de aflicción por un universo sin dios paga por la comida que se comen en silencio. La mesera toma el dinero y desparece en lo que se siente como la totalidad de la era paleolítica. La esposa de sujeto de la playera de dios vestida con pantalones deportivos se para manera pasivo-agresiva cerca del el mostrador suspira y espera a que regrese. La mesera al fin vuelve, sin aliento. Tuvo que conseguir cambio para la cuenta que el sujeto de la playera de dios decidió pagar con un billete de cien dólares.

 

Esta cantidad de dinero, este tipo de moneda, no ha sido usada en este establecimiento por décadas. No hay protocolo para una cuenta de este tamaño, debido a esto, la mesera tuvo que correr a varios lugares del parque para conseguir cambio. Se disculpa jadeando y exhalando fuerte. No recibe ninguna señal de arrepentimiento por parte del el sujeto, su esposa ni sus hijos. Ellos, al igual que la familia de cuatro integrantes a tu derecha, han involucionado más allá de donde está la empatía. Ellos no piensan en la desesperación que ronda por sus cabezas como si fuera un una roca a punto de caerse. La familia de cuatro personas dejó un dólar de propina.

 

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