Estilo de vida

Así es como los espejos en los probadores te hacen ver mejor

Hace unos días leí en La Vanguardia que una redactora de la revista Adme.ru, de Rusia, se hizo selfies en los probadores de conocidas tiendas de ropa y llegó a la conclusión de que muchas marcas utilizan espejos trucados para que parezcas más delgada. Desde que lo leí me he estado fijando en cada espejo preguntándome si aquella era la imagen real de mí misma o una copia más delgada y estilizada de mi figura. No es que tenga nada en contra de mi silueta. Soy delgada, pero tirando a normal y del montón, de talla mediana, para que se hagan una idea.

Me parecía francamente absurdo pensar que durante mis 27 años de vida las grandes marcas me hubiesen estado engañando y manipulando, y que hasta que esta chica lo sacó a la luz no me hubiese dado cuenta. Lo considero un insulto a mi inteligencia.

Como sé que hay gente que se dedica a perfeccionar todas esas técnicas de persuasión, contacto con Carles Casas, especialista en estrategias de marketing sensorial en el punto de venta y muy familiarizado con el mundo del retail. Nos explica que su objetivo no es que se compre más sino que se compre mejor. «Nos centramos en la experiencia a través de los sentidos, mediante la música, fragancias, video e interactividad. El probador es un momento dentro del proceso de compra que puede decantar la experiencia de manera dramática hacia positivo o hacia negativo. Es la culminación del proceso inmediato de compra (aunque todavía quedaría el pago) y al comprador le apetece disfrutarlo».

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Cuando le pregunto hasta qué punto las marcas nos están manipulando con todas estas técnicas, me responde: «Son técnicas lícitas y absolutamente reguladas. Aunque el mayor regulador y más exigente es la gente. Las marcas no pretenden engañar ni manipular a su público porque son conscientes (más allá de la ética) que eso les penalizaría a medio-largo plazo. La gente no es tonta. Y tampoco perdona».

Después de hablar con él, cogí una cámara para hacerme las fotos y me fui al centro de Barcelona. Estuve cuatro horas, desde que salí del trabajo hasta que las tiendas cerraron, yendo de probador en probador para comprobar si en España el truco que había descubierto la redactora rusa se repetía.

 

Empecé mi ruta en Bershka, que en España es más reconocida por el musicón que ponen desde la mañana que por la calidad de sus prendas. La luz era amarillenta y buscaba potenciar el juego de claroscuros, algo que te hacía parecer sacada de un cuadro de Caravaggio. 

 

Eso sí, el escote bien iluminadito para que mis pocos senos crearan un juego de sombras encima de mi barriga y se disimulara así el pequeño flotador que llevo incrustado en la cintura. Las piernas, a mi parecer, lucían más esbeltas, como si la foto hubiese sido tirada con un ligero picado. Me veía más cabezota y realmente estilizada.

 

Seguí con otra de las tiendas enormes de los gigantes de la moda low cost: Lefties. En este probador cambiamos el negro por el rojo, menos sobrio y más glamuroso.

 

La luz marcaba cada arruga de mi pantalón iluminando cada bolsa que había en mi ropa. No me acabo de gustar a mí misma en este ambiente porque realza todas las imperfecciones de mi vestuario y mi mano parece la de una vieja. Juro que no tengo la mano así.

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