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Fiesta afromexicana invade la Alhóndiga de Granaditas

Del escenario se derramó una cascada de ritmos africanos como el m’balax de Senegal, el highlife de Nigeria, el afrobeat y la música mandé de Mali

Apenas el reloj dio las nueve de la noche, inició la fiesta jubilosa, delirante y entusiasta en la Alhóndiga de granaditas. Abdoulaye Traoré (Burkina Fasso, guitarra) y Mohamed Diaby (Malí, voz), integrantes de Debademba, entregaron su cuerpo y su alma con un concierto que involucró los más variados géneros musicales.

Horas antes, ambos artistas habían anunciado el concierto, programado en el apartado Música del Mundo del 44 Festival Internacional Cervantino (FIC). Ahí, señalaron que habían traído a México un concierto extraordinario. Cumplieron cabalmente, pues además de la música y el canto de inusual alta calidad, Debademba hizo la fiesta.

“El mundo debe entender que la música nos hermana”, habían comentado. Ya sobre el escenario, demostraron que no hay nada más cierto. Personas de todas las edades, sin distingos de ninguna clase, olvidando cualquier diferencia marcada por la sociedad ahora globalizada, bailaron en un ambiente fraternal, desinhibido y respetuoso hacia el otro.

 

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Acompañados de tres músicos más, ejecutantes de bajo, batería y teclados, iniciaron el concierto con “Dianamo”, seguido de “Nusudia”, “Dema”, “Aventurie” y “Guerrier”, lo que provocó el delirio del público que poco a poco fue llenando la explanada del añejo edificio. “¿Quieren bailar?”, preguntó Abdoulaye Traoré. “¡Pues vamos a bailar!”.

Del escenario se derramó una cascada de ritmos africanos como el m’balax de Senegal, el highlife de Nigeria, el afrobeat y la música mandé de Mali. Siendo universal como lo es su música, los artistas y sus músicos sacaron toda su influencia de blues y rock and roll; el baile no demoró más y apareció ante el contento de los cinco de Debademba.

Niños y jóvenes, adultos y personas de la tercera edad, ignoraron el frío vientecillo que sopló de manera intermitente. El cielo estaba claro y despejado. La Luna alumbró lo suficiente. El escenario no pudo ser mejor para que la fiesta eminentemente incluyente, alcanzara el cenit. Debademba sabía lo que hacía para conquistar en 90 minutos al FIC.

Interpretaron “Touma” y para cuando las notas y el canto de “Manma” se elevaron hasta la estratosfera, la celebración rítmica era de un enloquecimiento subyugante y sensorial. Faltaba “Doussou”. La interpretaron.

Debademba significa “La gran familia”. Su lema es “¡Estamos juntos!”. Ese coctel dio como resultado una hermandad sin parangón en la historia del FIC.

Lo dicho: El dueto africano con residencia en París que retoma con talento y ritmo la herencia que han dejado leyendas como Salif Keita y Oumou Sangare, suplican que todos entiendan que la música hermana a la humanidad. Esa es la mística que Debademba ha llevado a distintas ciudades del mundo. Música de África dedicada a todo el planeta.

Vale la pena repetirlo: En África el griot es un juglar o músico que narra de aldea en aldea acontecimientos importantes o historias de la comunidad. Debademba es un griot moderno.

Cuando el cantante de Mali está en el escenario con el guitarrista de Burkina Fasso, hacen música que evoca las más ancestrales tradiciones del “Continente Negro”.

 

 

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