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Cuando las pandillas asesinaban a homosexuales por deporte

En diciembre de 1988, un adolescente encontró un cuerpo en el fondo de uno de los acantilados de arenisca color miel que flanquean al puerto de Sídney, en Australia

Desnudo, desgarrado y golpeado por las piedras, el hombre muerto era un prometedor matemático estadounidense, Scott Johnson. Su ropa fue encontrada en la cima del acantilado en una pila ordenada con su reloj digital, su identificación de estudiante y un billete de 10 dólares, doblado en una pequeña funda de plástico. No había cartera ni nota.

La policía concluyó que Johnson, de 27 años de edad, se había suicidado y un médico forense estuvo de acuerdo. Los saltos fatales desde los acantilados en los alrededores de Sídney hacia el feroz mar no eran poco comunes, en ese entonces o ahora.

Pero 28 años después ha empezado una nueva indagatoria sobre la muerte de Johnson. Su hermano, un rico emprendedor tecnológico de Boston, ha presionado a las autoridades australianas durante años para que revisen el caso, argumentando que Johnson fue asesinado porque era gay y que la policía no se fijó en ello.

De ser así, parece que Johnson quizá no haya sido el único.

Durante los años 80 y 90, dicen ahora las autoridades australianas, pandillas de adolescentes en Sídney daban caza a los homosexuales por deporte, en ocasiones forzándolos a saltar hacia su muerte desde los acantilados. Pero los agentes policiales, muchos de los cuales tenían fama de hostilidad hacia los homosexuales, a menudo llevaron a cabo investigaciones superficiales que pasaron por alto la posibilidad de un homicidio, dicen ex funcionarios y agentes de policía.

Ahora, la policía en Nuevo Gales del Sur, el estado que incluye a Sídney, están revisando las muertes de 88 hombres entre 1976 y 2000 para determinar si deberían ser clasificadas como crímenes de odio contra los homosexuales.

Unos 30 casos siguen sin ser resueltos, y la policía no ha dicho cuántos de los asesinatos estuvieron vinculados con las pandillas. Alrededor de una docena de las víctimas fueron encontradas muertas en el fondo de los acantilados o en el mar, dice la policía.

La revisión y la indagatoria sobre la muerte de Johnson están proyectando luz sobre un capítulo estremecedor de la historia de Sídney, uno que algunos dicen no se ha revelado por completo.

“Ahora podemos ver que predadores estaban atacando a homosexuales”, dijo Ted Pickering, quien era ministro de policía de Nueva Gales del Sur a fines de los 80. “Y lo hacían con el conocimiento casi acertado de que la policía no iría tras ellos. Esa era la cultura policial de ese entonces”.

No se ha hecho ningún nuevo arresto en conexión con los asesinatos desde que empezó la revisión en 2013, y la policía declinó discutir las investigaciones abiertas. En muchos de los casos, dijo la policía, no se había recolectado evidencia relevante en el momento del hecho o se había perdido desde entonces.

“Aunque la revisión es una tarea difícil porque no podemos reescribir la historia, sabemos que es importante que hagamos todo lo que podamos para asegurar los mejores resultados en el futuro”, dijo Tony Crandell, un comisionado asistente interino de la Fuerza Policial de Nueva Gales del Sur.

Pero otros han sugerido que la revisión, que pretende determinar qué casos podrían involucrar sesgos pero no resolverlos, no es una respuesta suficiente.

“Quizá sea tentador que la policía se concentre meramente en volver a etiquetar los crímenes en vez de realizar un nuevo trabajo detectivesco para resolverlos”, dijo Stephen Tomsen, un criminólogo de la Universidad de Sídney Occidental.

Los investigadores que han estudiado el tema dicen que las pandillas eran alianzas laxas de jóvenes, adolescentes y en ocasiones chicas que buscaban víctimas para hostigarlas y agredirlas en los llamados gay beats de Sídney, lugares donde se sabía que se reunían los homosexuales, incluidos sitios aislados en los acantilados. Los pandilleros le llamaban “golpiza a maricones”.

“Había una serie de pandillas”, dijo Stephen Page, un ex detective de Nueva Gales del Sur que reabrió algunos de los casos años después. “No solo atacaban en un sitio, tenían conocimiento de todos ellos”.

Pocas víctimas acudían a la policía, dijo Tomsen. La mayoría de los homosexuales no se habían declarado como tales, y muchos temían ser agredidos por los propios policías. Después de que el primer desfile de Carnaval gay de la ciudad fue desintegrado por la policía en 1978, algunos participantes fueron golpeados en sus celdas.

Sin embargo, hubo algunos arrestos y procesamientos judiciales. En 1990, un hombre tailandés fue atacado con un martillo en la cima de un acantilado y se cayó por el borde. Tres adolescentes fueron arrestados y condenados por asesinato.

Según un reporte de Sue Thompson, quien fungía como enlace designado por el Estado entre la policía de Nueva Gales del Sur y los gays, uno de los agresores dijo a la policía: “Lo más fácil en un acantilado es simplemente acorralarlos para que salten”.

La idea de que el asesinato era parte de un patrón no fue tomada en serio hasta años después. En el 2000, Page, acicateado por las cartas de una madre en duelo, reabrió el caso de Ross Warren, un presentador de noticias en televisión de 25 años de edad que desapareció en 1989.

El cuerpo de Warren no fue encontrado, aunque las llaves de su auto fueron descubiertas en una saliente rocosa. La policía concluyó que se había caído accidentalmente en el puerto. Pero Page encontró que la investigación original había sido somera cuando mucho.

Page empezó a investigar casos similares. En 2005, una indagatoria concluyó que Warren había sido asesinado, otro hombre había sido empujado o arrojado desde un acantilado, y había una fuerte probabilidad de que un tercero también.

“Esta fue una investigación completamente inadecuada y vergonzosa”, dijo la magistrada Jacqueline Milledge, médica forense subalterna del estado, sobre el manejo que hizo la policía en la muerte de Warren.

En los tres casos, afirmó, la policía no tomó en cuenta la posibilidad de homicidio, aun cuando hombres atacados en la misma área que acudieron a la policía habían “dicho que escucharon a sus agresores amenazar con arrojarlos por el acantilado”. Los tres asesinatos permanecen sin resolver.

Cuando Steve Johnson se enteró de que esos casos estaban siendo revisados en Sídney, sintió que finalmente tenía una posible explicación para la muerte de su hermano menor. Johnson había cuidado de Scott desde la niñez, cuando sus padres se divorciaron, y consideraba imposible un suicidio.

“Era mi hermano, la persona más cercana a mí, mi alma gemela”, dijo Johnson, de 57 años de edad, en diciembre fuera del tribunal de Sídney donde empezó la averiguación.

Scott Johnson se había mudado a Australia para estar con su pareja y estaba estudiando para obtener su doctorado en la Universidad Nacional Australiana en Camberra. Era un matemático “virtuoso, una presencia brillante, pero notablemente amable y humilde”, según Richard Zeckhauser, un economista de Harvard que alguna vez escribió un ensayo con él.

Johnson había solicitado la residencia permanente, y sus perspectivas profesionales eran buenas.

“Habría sido seleccionado en primera ronda en cualquier universidad en cualquier parte del mundo”, dijo su hermano. “No tenía razón para sentirse estresado o infeliz”.

Después de leer sobre la indagatoria de 2005 de las muertes en los acantilados de Sídney, Steve Johnson empezó a dedicar parte de sus recursos a descubrir qué había sucedido con su hermano. Contrató a un periodista de investigación, Daniel Glick, para que fuera a Australia a revisar los registros de la corte y otros documentos. Y reunió a un grupo de abogados muy capaces su equipo legal incluye a la ex fiscal general de Massachusetts, Martha Coakley, quien dijo que su despacho tomó el caso sin cobrar para argumentar a favor de la reapertura del caso.

En 2012, una nueva indagatoria descartó la conclusión original de suicidio. Pero el médico forense no llegó a ninguna conclusión sobre cómo había muerto Johnson, diciendo que aun cuando la violencia contra los homosexuales era una posibilidad, también lo era una caída accidental.

Cuando se reanude la indagatoria actual en junio, se presentará nueva evidencia, anunció la oficina del médico forense.

“Evidentemente, hubo un patrón en estas muertes”, dijo Margaret Sheil, cuyo hermano Peter fue encontrado muerto en la base de un acantilado en 1983. “Hoy es extraordinario pensar que no hubiéramos tenido una discusión abierta sobre lo que sucedió. Y si la hubiéramos tenido, eso habría evitado que le sucediera a alguien más”.

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