Justin Payne pasa los días vaciando hormigón en los suburbios de Toronto. Sin embargo, casi cada dos horas, está en su teléfono pretendiendo ser un niño o una niña de entre nueve y trece años de edad.
Payne, de 28 años, se considera a sí mismo un cazador de pedófilos. En cualquier momento del día, el obrero se registra en tres diferentes sitios web de citas y se hace pasar por un niño de entre nueve y 13 años de edad.
Dice que le llegan muchísimos mensajes de hombres adultos, hasta de 60 años, a pocos minutos de que se conecta.
“Arrojo el anzuelo y simplemente digo: ‘Oye, tengo nueve años, en pocos días cumpliré diez, ¿tienes algún problema con eso?’ Noventa por ciento de las veces, no tienen ningún problema con eso”, dijo Payne a VICE.
De acuerdo con él, rápidamente la plática se torna sexual, los hombres le preguntan si es virgen y le piden fotos donde salga desnudo. Payne no los complace; tiene varias imágenes de los dos niños por los que se hace pasar completamente vestidos (fotos viejas de los hijos de sus amigos), que son las que tiene de perfil. Sus acosadores, por el otro lado, no se detienen.
“Empiezan a mandar fotos sin playera, luego fotos de sus penes”, me dice, y me muestra una gran fototeca de ejemplos en su teléfono que revuelven el estómago mientras conduce por la ciudad en una tarde soleada de octubre. Su vehículo, un Kia Spectra que seguro ha tenido días mejores, está lleno con las herramientas de su extraño trabajo: un alambre, lentes espía con cámara oculta, una laptop que tiene una caja de resonancia que puede utilizar para enviar mensajes de audio con la voz de un niño.
Con la piel bronceada, ojos y cabello cafés, Payne es atractivo. Cuando nos conocimos, traía una gorra de béisbol negra al revés, una camiseta gris sin mangas, unos shorts y unas botas de trabajo, todo salpicado de hormigón. El tatuaje en su brazo derecho escrito en Chino significa “Amor, paz y lealtad”. A pesar que mide 1.88 m. y es musculoso, no es intimidante; habla con voz baja y fuma mucho para calmar su ansiedad. Es difícil imaginártelo confrontando a alguien, pero casi una vez por semana, se queda de ver con alguno de los muchos hombres que le hacen proposiciones sexuales y los expone ante la cámara.
“Sé si lo han hecho antes o si sólo es una fantasía”, dice.
Payne escoge lugares públicos pero sin mucha gente para engañarlos, como en pequeños estacionamientos. Armado con un diálogo y una cámara, ataca a su objetivo, después publica los videos de los encuentros en Facebook o YouTube para que sus miles de seguidores lo vean.