En la Central de Abasto, el mercado más grande de México, se venden toneladas de todo tipo de frutas, verduras, legumbres y demás alimentos cada día. En sus pasillos puede verse gente comprando de las bodegas en donde se ven montañas de más de dos metros de papas, o techos enteramente cubiertos por plátanos colgantes.
A las orillas de los pasillos, junto a las bodegas, están los basureros en donde se tira la comida que ya está demasiado vieja o maltratada. Ahí también hay gente, buscando entre los alimentos desechados algo que puedan rescatar.
A Marco, por ejemplo, se le puede ver en uno de los basureros recolectando papas. Cuenta que antes era policía, pero dejó el oficio porque le parecía demasiado peligroso. Ahora vende lechuga en la Central y en sus tiempos libres busca completar su despensa en los basureros. “Llevo sólo unos tres meses haciendo esto, pero si me ha servido para sacar más dinero. El otro día encontré medio bulto de ajo. Todo eso lo vendí, porque el ajo es caro.”
En la Ciudad de México, el 31% de sus habitantes son pobres o pobres extremos. Es decir, alrededor de cuatro millones de personas sufren carencias. Una de estas carencias es el acceso a los alimentos. La falta de este derecho básico tiene que ver, en parte, por el aumento excesivo de los precios de la comida.
La combinación, pobreza y alimentos cada vez más caros, obliga a algunos a sumergirse en los basureros para encontrar algo qué comer.
Uno de los grupos más vulnerables en la Ciudad de México son los indígenas. Son ellos lo que sufren de mayor pobreza y los que menos probabilidades tienen de salir adelante. Por eso no es casualidad que la Unión de Recolectores de Desperdicios Industriales y Alimenticios esté conformado en gran parte por mujeres de origen indígena.
Una de ellas, Florentina, cuenta como lleva doce años recogiendo alimentos y desechos industriales de los basureros de la Central de Abasto. “Así crecí a mis tres hijas”, explica. Florentina recoge más que nada plástico, para luego venderlo. Sus alimentos los compra, pero a veces toma algo de los basureros para completar. “Nada más recojo unos cinco tomatitos que me hagan falta”, dice.