Cuando Facebook compró WhatsApp por más de 19 mil millones de dólares en 2014, Jan Koum, un fundador de la empresa de mensajería, arregló para firmar parte del trato fuera del centro de servicios sociales suburbano donde alguna vez había hecho fila para pedir vales de comida.
Koum, como muchos en la industria tecnológica, es un inmigrante. Era un adolescente cuando su madre y él se mudaron al área de la bahía de San Francisco a principios de la década de 1990, en parte para escapar de la ola antisemita que en ese entonces arrasaba su Ucrania natal. Como Koum contó más tarde a Forbes, su madre trabajó como niñera y limpiaba pisos en un supermercado para sobrevivir en el nuevo país; cuando se le descubrió que tenía cáncer, la familia vivió de sus pagos por incapacidad.
Los relatos de infortunios entre los inmigrantes no son inusuales en Silicon Valley. Pero la historia de Koum tiene mayor resonancia porque su aplicación silenciosamente se ha convertido en algo convencional en la vida del inmigrante. Más de mil millones de personas usan regularmente WhatsApp, que permite a los usuarios enviar mensajes de texto y hacer llamadas de teléfono gratuitas a través de Internet. La aplicación es particularmente popular en India, donde tiene más de 160 millones de usuarios, así como en Europa, Sudamérica y África.
