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La tierra de los colores está de luto luego del terremoto

El Istmo de Tehuantepec cambió su rostro tras el terremoto del jueves pasado. Metro estuvo en el lugar.

Rebeca Romero/MWN
Especial desde Asunción Ixtaltepec, Juchitán, Oaxaca.

La tierra de los colores, las fiestas y las velas, está de luto. El Istmo de Tehuantepec cambió su rostro el pasado jueves cuando un fuerte terremoto cimbró sus tierras.

Asunción Ixtaltepec, una comunidad zapoteca, perdió todo, la vida, sus casas, su patrimonio, su historia y hasta la fe. Cuatro días después del sismo, sus asustados habitantes duermen afuera, con temor, pánico, y miedo a que otro movimiento termine con lo poco que les queda.

Cinco familias que viven en la calle principal de este municipio donde se calcula el ochenta por ciento de las casas quedaron inhabitables, se han unido, sus casas cayeron, o están a punto de venirse abajo.

Lo que quedó del pueblo

Faustino, un profesor jubilado nos muestra su casa o más bien lo que queda de su hogar, piedras, polvo y varillas. Cuenta que, la fatídica noche no podía salir junto con su familia, en segundos parte de su casa colapsó. No tuvo tiempo de tomar nada, solo deseaba salir para ponerse a salvo.

Hoy, duerme afuera, en una silla, con los vecinos y está molesto porque la ayuda se ha politizado y porque el presidente municipal de extracción priista (Partido Revolucionario Institucional) solo ayuda a los tricolores.

“Ayer, vino el gobernador Alejandro Murat y nos dijo que en la tarde su personal se comunicaría con nosotros, nos ofreció su ayuda y hasta el secretario particular Francisco Maldonado nos dio su teléfono, pero ya no nos contesta. Murat se percató cómo quedó mi casa, le abrimos las puertas y nuestro corazón, pero se tomó la foto, y se fue”, cuenta.

terremoto juchitan
Las autoridades solo hicieron un acto protocolario y abandonaron a los damnificados.

Otro vecino, con su pequeño en brazos nos comenta que el chiquillo está enfermo, y sus otros dos hijos duermen a la intemperie. Su casa, inhabitable, a punto de caer. Un vecino les presta su patio, y en colchones improvisados duermen. Alrededor de un bracero, todos esperan el paso del tiempo y la ayuda que nunca llega.

En el momento de la plática, pasan unos jóvenes repartiendo café caliente y una bolsa de galletas Marías. Y también una camioneta con soldados que hacen rondines en las oscuras calles. “Nadie viene en la noche, solo el ejército apoya. Ellos de verdad que ayudan”, dicen.

“Vienen muchos, pero tal parece que es más morbo de cómo nos fue y para fotos. Nos han tomado muchas fotos. Ya hasta famosos somos”.

Delfino –no nos quieren dar su apellido por temor a represalias futuras– trabajó en Televisa hace muchos años y vivió el terremoto del 85. “Yo tenía una pequeña tienda miscelánea, hoy ya desapareció. No tenemos trabajo, somos personas que vivimos al día y ahora no sabemos qué vamos a hacer. No tenemos dónde ir, aquí es nuestra tierra. Adentro de lo que queda de nuestras casas, están nuestros recuerdos, nuestra vida”.

Los momentos de horror

De pronto sale una señora gritando, Está temblando otra vez. Y efectivamente el piso se movía. Nos comenta la hija de Faustino que están traumados, “todo el día la tierra se mueve, no sabemos qué hacer, para dónde jalar”.

Hasta ese momento nos piden que nos identifiquemos. Somos periodistas, les decimos y les mostramos nuestras credenciales. “Es que es de noche, y no sabemos quiénes son y pues hay que cuidarse. Dicen que hay unos tipos en motocicleta que andan dando de vueltas y al parecer, ya se metieron a una casa”.

Entonces contesta otro joven que nos comenta es abogado, pero desempleado. “Sí aquí nos quedamos cuidando lo poco que nos queda”. ¿Toda la noche? “Sí, señora, tenemos cuatro días aquí y no hay dónde ir”. Y ¿qué queda? “Pues, no sabemos…”.

Las señoras son más calladas, dejan que sus hombres platiquen largo rato con nosotros. En medio de las piedras, hay una pequeña casa donde todos se turnan para ir al baño. Nos comentan que estaba deshabita, pero libró la ira de la naturaleza y el dueño generoso, les permite utilizarla, pero también tiene grietas.

Tampoco se han bañado, no hay regaderas. Pero, ellos se quedan afuera donde se sienten a salvo. Les comentamos que cuando llegamos vimos que hay tiendas como los Oxxo –aquí le dicen “o por o”– abiertas, o Soriana en el Espinal –un municipio colindante–  y que nos percatamos que en Juchitán que se está a unos 15 minutos de distancia, la vida parece normal. De inmediato contestan “sí, pero aquí estamos sin nada. Y además, ¿con qué dinero vamos a ir a comprar? No tenemos nada, no le digo, reportera, perdimos todo. Gracias a dios salvamos nuestras vidas, a otros les fue peor”.

 

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