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‘Maté estando ebrio’, testimonios desde una cárcel de máxima seguridad

Reclusos del Centro de Reinserción Social “El Hongo”, en Baja California, contaron a VICE sobre su vida en prisión

El Centro de Reinserción Social «El Hongo» es una cárcel de máxima seguridad ubicada sobre el área montañosa del municipio de Tecate, Baja California. Una zona que en invierno se cubre de nieve y desde la cual la frontera con Estados Unidos es visible.

Este espacio de encierro está calificado como uno de los mejores del país, según el Diagnostico Nacional de Supervisión Penitenciaria realizado por la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (2016). Dicha evaluación toma en cuenta rubros relacionados con las condiciones de internamiento y de reinserción social a través de la capacitación para el trabajo, educación, salud y deporte.

Vice ingresó a esta institución para conocer los testimonios de los «monitores», un término carcelario que designa a los reclusos destacados en áreas académicas y artísticas, que apoyan a otros internos en sus estudios. Los delitos por los que los monitores purgan condenas de más de 20 años oscilan entre el homicidio, el crimen organizado y el secuestro.

Israel es de Culiacán, Sinaloa, aunque desde adolescente vive en Tijuana. A los 16 años fumaba cristal todos los días y a los 18 años tenía tres hijos, una esposa y una forma de vida sostenida por el asalto a mano armada, la venta de drogas y el trabajo en fábricas. Una noche pasó por un barrio contrario y le balearon el auto. Minutos después volvió para tomar venganza y su vida cambió para siempre.

Israel, estudiante de licenciatura

Punto borracho y drogado con cristal y pastillas regresé armado y disparé contra el grupo de personas que me había agredido. Le di un balazo a un menor de edad de la pandilla. Tenía varios días sin dormir cuando cometí el homicidio. Empezaba a alucinar y no era yo mismo; me sentía chingón, héroe. Estuve huyendo durante tres semanas hasta que un bato dio la ubicación en donde me escondía dentro de un hotel en la colonia El Soler, en el norte de Tijuana.

Sabía que tarde o temprano me detendrían porque no tenía pensado cambiar mi estilo de vida de delincuente y drogadicto. Cuando me detuvieron me encerraron en El Pueblito ―una legendaria cárcel tijuanense en donde las drogas circulaban sin restricciones y los internos podían vivir con su familia entre más de 7,000 reclusos―; tenía 21 años. Durante 24 meses estuve en ese penal que era como una pequeña ciudad, hasta que cayó la Operación Tornado en el 2002 y lo destruyó. Lo bueno de estar ahí era que podía tener a mi familia; lo malo fue que empecé a vender heroína y me terminé haciéndome adicto.

Llegué a El Hongo con una condena de 24 años; ya cumplí 17. Aquí acabé la primaria, secundaria, preparatoria y actualmente curso el cuarto semestre de la licenciatura en educación que nos imparten profesores de la UABC (Universidad Autónoma de Baja California).

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