De esa joven colorina que cantaba canciones ajenas, poco queda. El tiempo no ha pasado en vano en la historia de Mon Laferte, la única chilena capaz de decir que grabó en Capitol Records junto a Omar Rodríguez-López de The Mars Volta, cantó un villancico con Gwen Stefani, llegó al Madison Square Garden junto a Juanes, y es la latina mejor posicionada en el cartel de la pasada edición de Coachella.
No ha sido fácil, eso sí. Monserrat Bustamante, como gran parte de Chile la recuerda, no ha dado el brazo a torcer en el desafío que significa atreverse a ser artista en un país como éste, más aún siendo mujer. La vida la llevó a México, donde supo de cáncer, amores y covers en bares.
Con tantas flores y logros encima, ¿te quedan sueños pendientes en la música?
-Un montón. El sueño siempre será colaborar con Paul McCartney, algo totalmente épico. Me gustaría tocar en Glastonbury. Quiero explorar nuevos sonidos para mí, también. Hice un álbum muy orgánico, grabado en una toma, y ahora tengo ganas de encontrar otra sonoridad. Me gusta que cada disco marque el momento que vivo.
¿Qué ritmos nuevos podemos esperar de esta etapa?
-Ya estamos trabajando en material nuevo, canción por canción. Ya salió el primer adelanto, “Chilango Blues”, y las que vienen siguen en esa línea. Estoy trabajando un blues muy clásico, con más guitarra, usando sintetizador, jugando un rato, saliendo de lo que estaba haciendo. “La Trenza” fue mucho más folclórico, “Norma” es caribeño y bailable, y ahora voy hacia el origen: el blues, la guitarra eléctrica.
La música es, seguramente, la fuga más grande para tu creatividad, pero hemos visto que subes tus pinturas a las redes sociales. ¿Cómo nació este pasatiempo?
-Siempre he pintado, desde hace años, desde antes de mudarme a México, de hecho. Es un hobby. Las regalo, no es un negocio ni nada. No quiero vender cuadros, porque amo mi trabajo como música, pero se ha convertido en un gran pasatiempo para poder distraerme, olvidarme y estar metida en los colores.
¿Qué vendría siendo el éxito para ti?
-Depende de cómo lo veas. Me siento súper exitosa ahora, contenta, hago lo que me gusta, canto mis canciones, tengo libertad artística, tengo mi familia, mis amigos. Siento que eso es el éxito, pero hay otras personas que creen que el éxito es otra cosa, los números, los seguidores. Yo no quiero eso. No me interesa ser la chilena con más reproducciones. Para mí eso es efímero, un espejismo del black mirror en el que estamos viviendo. Para mí, el éxito no es sinónimo de estatus social. Tengo días, no te miento. No es que no caiga. Soy una mortal que, a veces, cree que tiene que impresionar al mundo, pero la mayoría del tiempo me enfoco en mi música.
Hablas de tus amigos, pero me gustaría preguntarte por tus amigas. Muchas de ellas creando redes en la música…
-Siento que históricamente nos acostumbramos a que la música es hecha por hombres y las mujeres somos casos particulares. De cabra chica, tocando guitarra, siempre fui cuestionada. “¿Por qué tocas guitarra si eres niña? No te corresponde, las mujeres no tocan guitarra”, y así, siempre fui el bicho raro metida entre hombres, porque es la sociedad la que se encarga de hacerte sentir que no estás ubicada, que no es tu papel o tu lugar. Siempre me sentí insegura, porque tenía que probar si lo hacía bien o mal. Por eso las mujeres somos tan inseguras en la música. Ahí entra la importancia de las amigas, como Felicia Morales, una de las primeras que tocó conmigo cuando yo no tenía mucha plata y ella sólo se sumó y fuimos construyendo esta amistad, entre inseguridades y contenciones.
Dicen por ahí que las madres son excelentes amigas, también. ¿Has pensado en la maternidad?
-Siempre dije que “no” y ahora es un “a lo mejor”. Si pasa, bien, pero no creo que deba ser un propósito de la vida de las mujeres.
¿Te daría miedo por tu carrera?
-Nunca he sentido que ser mamá cortaría mi carrera. De pronto pienso “bueno, si me embarazo, me voy con el cabro chico al hombro”. Una vez hablaba con Ana Tijoux y me decía que a los dos meses partió de gira con la guagua. Mariel Mariel anda arriba de los escenarios con su guata enorme. Siento que no tiene relación. Creer que tu vida se pausa por un hijo es un concepto del pasado. Además, si tienes guagua y estás en pareja, el cuidado no es necesariamente responsabilidad única de la mamá.
Si tuvieses que darle un consejo a la Monserrat del pasado o a las chicas que quieren aventurarse en la música, ¿qué les dirías?
-Primero: olvídate del espejismo del éxito de ser famosa y tener fans. Jamás hay que quedarse con eso. La gente necesita artistas, de todo tipo, de escenarios más grandes y otros más íntimos, y todos son valiosos. Qué bueno que cada vez hay más mujeres expresándose, en todos los géneros y ritmos, con guata, sin guata, con sus discursos variados, eso me gusta. Aunque tengamos diferencias, las mujeres nos ponemos de acuerdo. Pueden estar las feministas radicales, las que quieren pelos en la axila y las que no, pero al final tenemos un amor de hermandad, de saber lo que te ha pasado y lo que te puede pasar. Cosa que no pasa en los hombres, porque cuando ellos tienen desacuerdos, pasan cosas brutales, como las guerras.
¿Qué opinas del estado del feminismo?
Respeto a todas las feministas, no me importa mucho su bajada, pero para mí el futuro es sin género. A mí no me gustan tanto los festivales sólo de mujeres, porque en los festivales convencionales seguimos sin aparecer. Fui a la marcha en México y era separatista. Lo entiendo, porque los hombres ya tuvieron muchos años para expresarse y manifestarse, sin embargo, vi cómo les gritaban a unos abuelitos para que se fueran y eso es precisamente lo que nos han hecho a lo largo de la historia: hacernos a un lado, separarnos. Entiendo que hay rabia y no la voy a cuestionar, pero soy del pensamiento de avanzar sin repetir lo que nos han hecho.
¿Te sientes profeta en tu tierra?
Sí, me siento profeta ya. Hace rato. Desde que empecé a venir a tocar mis canciones, cuando no tenía apoyo de prensa ni mediático, daba conciertos con la SCD llena, con público fiel que se sabía las canciones. Siempre hubo gente, nunca pensé “oh, nadie me quiere en Chile”.