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Coronavirus.- “Etnocidio por omisión”, la amenaza que se cierne sobre los pueblos indígenas durante la pandemia

La ONU desecha volver a la antigua “normalidad”: “A partir de esta pandemia tenemos que ser más humanos”

La ONU desecha volver a la antigua «normalidad»: «A partir de esta pandemia tenemos que ser más humanos»

MADRID, 23 (EUROPA PRESS)

Los pueblos indígenas constituyen alrededor del 5% de la población mundial, una proporción pequeña que, sin embargo, no se corresponde con el impacto que la pandemia de coronavirus ha tenido y puede llegar a tener sobre ellos. El choque cultural, la marginación y el racismo les colocan en el camino de un «etnocidio por omisión».

La COVID-19 ha afectado ya a más de cinco millones de personas en todo el mundo, de las cuales más de 300.000 han perdido la vida. De momento, se desconoce cuántas víctimas hay entre los 370 millones de indígenas que, según cálculos de Naciones Unidas, habitan el planeta.

«Desafortunadamente ese es uno de los problemas que nos encontramos porque los estados donde habitan los pueblos indígenas no tienen una estadística desglosada», comenta a Europa Press el nuevo relator especial de la ONU para pueblos indígenas, José Francisco Calí Tzay.

Una de las razones por las que no hay datos precisos es la desconfianza. «Muchas comunidades no están dando aviso a las autoridades si hay algún contagiado porque (…) se llevan al enfermo, lo hospitalizan y luego solo informan de que se murió», dice Calí Tzay. Es el caso de una comunidad de indígenas cuna en Panamá donde «un joven enfermo salió para ir al hospital y a los días solo les entregaron un botecito con sus cenizas». «Su prima me decía: ‘¿Qué seguridad tengo yo de que es mi primo’?», cuenta.

Aunque no es posible cuantificar la incidencia del coronavirus entre los pueblos indígenas, Survival International asegura a Europa Press que «podría ser devastador». De hecho, recalca que «en muchas regiones habitadas por indígenas la pandemia todavía está en sus primeras fases y ya está causando estragos».

Survival International explica que el virus supone una especial amenaza para ellos porque «sus formas de vida comunales podrían conllevar una propagación rápida». «Sus sociedades no son individualistas», indica. Así, «el hogar de una comunidad yanomami es el yano o shabono, una enorme maloca o casa común, es la casa de todos», ilustra.

Calí Tzay, indígena maya de Guatemala, hace hincapié en que la «vida comunitaria» es una característica definitoria de las poblaciones originarias. «Culturalmente, tienden a afrontar las cosas positivas y negativas de forma comunitaria», señala.

Este rasgo esencial de los indígenas propicia asimismo que los efectos del coronavirus sean más brutales en sus pueblos. Cali Tzay llama la atención sobre las medidas de confinamiento, que dejan «completamente aislados» al colectivo y a sus miembros, rompiendo la «solidaridad comunitaria» que es la base de sus sociedades.

El coronavirus también pone en peligro su acervo cultural. La COVID-19 ha castigado con especial virulencia a los ancianos, que ocupan un lugar destacado en la idiosincrasia indígena. «Cuando se pierde un mayor se pierde el conocimiento ancestral», subraya Calí Tzay. «Por eso, (…) ellos mismos están diciendo: ‘Cuiden a los ancianos y a los niños, son los guardianes de nuestro conocimiento y el futuro de nuestros pueblos'», afirma.

MEDICINA MODERNA Y MEDICINA TRADICIONAL

Parte de esos conocimientos ancestrales es el uso medicinal de las plantas. El relator especial pone un «ejemplo familiar». «Cuando yo estaba enfermo de niño, mi abuela buscaba la hierba, la cogía, la hervía, le echaba miel y nos lo daba y al día siguiente ya no teníamos ni fiebre ni nada», relata.

Algunos indígenas han optado por la medicina tradicional, por esa experiencia positiva que se transmite entre generaciones, pero también porque «la atención sanitaria que reciben es deficiente y precaria», denuncia Survival International y lo achaca a «las dificultades geográficas», puesto que suelen vivir en áreas remotas, y a que «la atención sanitaria idónea requiere de un equilibrio que tenga muy presentes su conocimientos médicos ancestrales, su cultura y sus lenguas».

Además, la ONG recuerda que «en muchos países habitados por pueblos indígenas la atención sanitaria de por sí tiene carencias importantes para la población general que se ven agravadas en el caso de tener que tratar a personas indígenas por incomprensión (…) o racismo estructural». «Los sistemas de salud de nuestros países no dan abasto en tiempos normales, mucho menos en una pandemia», coincide Calí Tzay.

«Ninguno tenemos la mejor fórmula para enfrentar esta pandemia», asume el indígena guatemalteco, si bien se decanta por combinar la medicina moderna y la tradicional, reclamando a los gobiernos «políticas específicas» para la atención médica de los pueblos indígenas –«algo que no han hecho hasta el momento»– para garantizar su salud con pleno respecto a sus derechos.

En este sentido, menciona el caso de otro cuna panameño que contrajo el coronavirus y, aún estando grave, prefirió quedarse en su comunidad. «En el centro de salud me empezaron a dar la medicina pero mi madre, que ya es una persona anciana, estuvo a la par, nunca me dejó, y me daba esos ‘tecitos’ de hierbas (…) La combinación de ambas medicinas y el acompañamiento de mi familia fue lo que hizo que no muriera», cita Calí Tzay.

MÁS POBREZA

Al igual que otros grupos que ya estaban en la cuerda floja antes de que estallara la crisis sanitaria, los pueblos indígenas podrían perder sus medios de vida a causa del coronavirus. «Muchas veces el estado de excepción por la emergencia no permite que los indígenas campesinos vayan a trabajar a sus tierras, por lo que se están perdiendo las cosechas o el tiempo de siembra», expone.

El indígena maya está convencido de que «esto lo que va a provocar es una situación de más pobreza» en un colectivo ya vulnerable. Según estimaciones de la ONU, los pueblos originarios representan actualmente el 15% de los pobres del mundo. «Los pobres van a ser más pobres», augura.

Ante este panorama, le preocupa la «gran falta de solidaridad» hacia los pueblos indígenas. En concreto, clama contra la «injusticia» que supone que familias que no pueden pagar la renta porque dependen de su trabajo diario para sobrevivir y la cuarentena les impide salir a ganarse el jornal sean expulsadas de sus casas. «Somos la única especie animal que no nos solidarizamos con nuestra propia especie, sino que la tratamos de echar y eso ahora significa mandarla a que se contagie y desaparezca», lamenta.

«SER MAS HUMANOS»

Con todo ello, algunos pueblos indígenas han dado la voz de alarma. AIDESEP, la principal organización indígena de la Amazonía peruana, ha denunciado ante Naciones Unidas y la Organización de Estados Americanos (OEA) que «la desatención evidente y la reiterada discriminación (…) conllevan el consecuente riesgo para la vida de las comunidades amazónicas, configurando un posible etnocidio».

Calí Tzay se muestra cauteloso a la hora de usar estos términos. En su opinión, no se puede hablar de un «etnocidio» en sentido estricto, dado que «el genocidio es una política dirigida y planificada» contra un grupo específico, de modo que «la cuestión del etnocidio en este momento se estaría cometiendo por omisión, por falta de atención». «En este sentido, yo estaría de acuerdo con ellos», declara.

No obstante, cree que hay margen antes de llegar a este escenario, reivindicando como «la mejor forma de enfrentar la pandemia poner como base el respeto a los Derechos Humanos». Hasta ve la crisis del coronavirus como una oportunidad para mejorar el encaje de los pueblos indígenas en las sociedades y, en consecuencia, defiende que no se debería aspirar a la antigua «normalidad»: «Si queremos volver a lo que hacíamos antes, entonces no aprendimos absolutamente nada. A partir de esta pandemia tenemos que ser más humanos».

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