¿Se imagina usted cómo eran las comunicaciones a larga distancia antes? Escribir una carta, timbrarla y enviarla para que fuera leída semanas o meses después. Miles de piezas y personas en marcha para transmitir unos gramos de papel que contienen tan sólo unos cuantos bytes de información. Sumamente ineficiente.
Lo mismo van a pensar nuestros nietos, o los hijos de ellos, cuando piensen en la forma en que nos transportamos hoy en día. Un vehículo promedio, digamos un Tsuru, pesa casi una tonelada. Casi mil kilos de metal y plástico para transportar a una persona (la mayoría de los viajes en auto son unipersonales) que pesa entre 60 a 80 kilogramos. Impulsado, además, con la energía contaminante proveniente de combustibles fósiles. Terriblemente ineficiente. Seguramente las generaciones futuras se van a reír de nosotros cuando vean la forma en que nos movemos y transportamos.
El futuro es un lugar donde no es necesario contar con un auto para transportarse y los automóviles han dejado de ser símbolos de estatus para ser meras herramientas. Cuando usted necesite un vehículo eléctrico, un auto piloteado por computadora, una especie de Uber robotizado, pasará por usted y lo llevará a su destino.
No será necesario tener un vehículo de su propiedad que normalmente se encuentra estacionado 90% del tiempo. Mientras ese futuro llega hoy, la Ciudad de México vive una de sus peores crisis en materia de contaminación ambiental y la respuesta a cargo de las autoridades ha dejado mucho que desear.
La Comisión Ambiental de la Megalópolis decidió resucitar el esquema original del Hoy no circula, donde todos los vehículos, sin importar la marca o el año de fabricación, dejan de circular un día a la semana y, ahora, se le añadió un sábado al mes. Casi 30 años después de que se instituyó el primer Hoy no circula, la autoridad nos revela que no tiene ninguna otra herramienta mejor para controlar la acumulación de contaminantes, principalmente ozono, en el Valle de México.
Casi tres décadas en las que se pudo haber diseñado otro mecanismo, otra alternativa o un nuevo modelo de transporte público que fuera retirando los vehículos privados de circulación. Pero lamentablemente no tenemos nada más.
Ahora el gobierno federal y los gobiernos estatales que conforman la megalópolis deberán hacer en tres meses, el tiempo que durará este programa emergente, el trabajo que no se hizo en tres décadas. Por fortuna la experiencia de otras ciudades, que sí aprovecharon los últimos años para hacer su tarea, le da a las autoridades tres soluciones que podrían dar mejores resultados que simplemente hacer permanente el Hoy no circula.
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Una de las claves para reducir la contaminación es desincentivar el uso de los automóviles particulares, y para ello es necesario hacer dos cosas: encarecer el costo de transportarse en automóvil privado (vía impuestos a la gasolina, cobro por estacionamiento en la vía pública, tarifas por congestión para el acceso a ciertas zonas de la ciudad, entre otras) y la otra es mejorar significativamente el transporte público.
El transporte público en la Ciudad de México es una mezcla de las peores prácticas (como los microbuses y sus tarifas controladas) y algunas de las mejores ideas que se han aplicado en el mundo (como el Metrobús y el sistema Ecobici) y un sistema como el Metro que sobrevive gracias al subsidio que el Gobierno de la ciudad le transfiere año con año.
La realidad es que, en conjunto, el sistema de transporte público de la ciudad es insuficiente durante las horas pico y no representa una opción real para quienes quisieran dejar en casa su auto y moverse por la ciudad utilizando sólo transporte público.
A principios de la década de los noventa los cines de la Ciudad de México eran en su mayoría obsoletos debido a la imposición de precios fijos que limitaban la inversión para modernizar las salas de cine y hacerlas más cómodas para los usuarios. Ir al cine no era una práctica común de las familias de clase media y alta que preferían ver películas rentadas en los videocentros. Las salas de cine, como los microbuses y taxis de hoy, languidecían frente a otras opciones que las familias tenían para entretenerse.
En 1992 se publicó la Ley Federal de Cinematografía que eliminaba los precios congelados de las salas de cine y permitía que los precios se fijaran libremente por la oferta y la demanda. Gracias a esa reforma, que desrreguló el sistema completo de producción de cine pero también de su exhibición, llegó una nueva inversión nacional y extranjera que modernizó las salas de cine y las volvió a hacer atractivas para el consumidor nacional que se había refugiado en su casa para ver el cine. Así nacieron cadenas como Cinemex y Cinépolis y el público se volcó a las salas de cine de modo que el mercado mexicano se volvió uno de los más atractivos en el mundo para la exhibición de películas.
Lo mismo tiene que suceder respecto al transporte público: necesitamos menos reglas y permitir que nuevos inversionistas entren a las rutas que hoy son monopolios de un puñado de concesionarios. Liberalizar las tarifas sin duda será controversial pero es necesario para que los concesionarios puedan invertir en mejores unidades, modernizar las actuales y dar un mejor servicio. Los precios fijos sólo dan como resultado una deficiente y reducida oferta del servicio.
Dado el arquetipo del consumidor mexicano no me extrañaría que surgieran líneas de transporte público Premium, como sucedió con las salas de cine VIP. Ya hemos visto qué bien respondió el segmento de clase media y alta a un servicio de mejor calidad y precio flexible como Uber. No debería ser diferente con líneas de autobuses especialmente en zonas de alta demanda como Polanco, Santa Fe o el Centro Histórico. Sólo así el automovilista promedio de la ciudad estará mas cómodo al dejar su auto en casa y usar el transporte público para llegar a su lugar de trabajo.