La semana pasada festejamos el Día del Maestro. El mismo día se celebró el Día del Trabajador Agrícola: la conmemoración de las mujeres y los hombres que siembran, cultivan y cosechan los productos del campo. Esta fiesta tuvo menos eco. Sin embargo, la agricultura y sus colaboradores —con quienes en mi opinión mantenemos una deuda grande e histórica— tienen una importancia de primer nivel, entre otras razones por la seguridad alimentaria y la incidencia en el desarrollo económico y social del país.
En México, la población mayor de 15 años ocupada como trabajador agrícola es de cinco millones y medio. De ellos, el 56% son agricultores y el 44% son peones o jornaleros. Las estadísticas y la experiencia también nos confirman que el agricultor promedio ha ido envejeciendo. Cada vez menos jóvenes se dedican a esta actividad (ENOE, IV-T, 2015). Lo cual poco extraña, pues la agricultura se ha vuelto cada vez menos rentable.
El tema educativo es, a mi parecer, la deuda más importante que tenemos con los trabajadores agrícolas, quienes tienen un promedio de escolaridad de 5.9 años, es decir, la primaria incompleta (ENOE, IV-T, 2015). Sabemos que la educación es determinante en la prosperidad de un país… ¿y nos preguntamos por qué el campo se rezaga?
Olvidamos que asistir a la escuela posibilita el desarrollo individual y social.
El salario es otra deuda. Los “empleadores” son los que perciben más por hora: 36 pesos. No es tanto. Sin embargo, quienes “trabajan por su cuenta” —entre ellos destacan los jornaleros—, tienen el ingreso promedio más bajo con 11 pesos. ¿Seremos conscientes de lo que significa trabajar diez horas diarias, arduamente como son las condiciones agrícolas, y percibir 110 pesos para comer y mantener una familia?
Por si fuera poco, en muchos estados de gran peso agrícola se da otro fenómeno, retrógrada a todas luces: si bien es cierto que el campo nunca hizo ricos a los ejidatarios, sí fue durante décadas una fuente de trabajo y un poderoso estabilizador social.
Dadas las condiciones del campo, muchos ejidatarios —grupo al parecer en vías de extinción— han vendido sus tierras. Con ello, atestiguamos la consolidación de nuevos latifundios provenientes, en su mayoría, de recursos de dudosa procedencia. ¡Si Emiliano Zapata lo viera! Hasta el bigote podría perder.
Además de la contribución al producto interno bruto del país, el campo constituye una actividad fundamental en el medio rural, donde aún habita casi la cuarta parte de los mexicanos. ¿Necesitamos más que estos 24 millones de motivos para subsanar las deudas con el campo?