Paso 1. Sepa que en algún lado habrá que estacionarse
En una ciudad como esta, usted tiene que asumir que la realidad también tiene que parar y así poder bajarse de ella con el fin de proveer los medios para al menos intentar comprenderla. Así, empiece por abrir el mapa de su preferencia y ubicar las calles aledañas a su destino. Realistamente vea si podrá aterrizar su nave ahí. Jerarquice: delincuencia versus distancia a caminar (en la que también habrá delincuencia que sortear), desgaste emocional de saber que su auto está solito versus la integridad de las llantas y de todo objeto de valor en un valet. Estacionarse conlleva la necesidad de un kit de mantras, rosarios y otros efectivos ritos para evitar que sea desvalijado (su auto). Ya que sepa por dónde puede estacionar el coche, respire y vea si el estrés le permite hacer lo que iba a hacer.
Paso 2. Funde una nueva órbita buscando lugar
Conseguir un lugar gratis es un lujo que debe ser celebrado y en zonas concurridas, hasta sospechado. Si a pesar de calmar las sospechas y contar con cierta certeza de que su auto estará más seguro que usted, entonces festeje estar estacionado en un lugar por el que no tuvo que pagar. De hecho, considere quedarse ahí a corear y disfrutar ese inusual evento. Ahora, cuando uno tiene prisa todo cambia. La prisa suele estar acompañada de una tonada de terror que hace que se olvide que todo es su interpretación. Ya instalado en su perturbada visión, olvide el mito de que “la calle es de todos” y pague por ocupar momentáneamente un espacio…¿público? a los verdaderos dueños de algunas vialidades. Esa especie en extinción que se resiste a sucumbir, aún consigue poner postes con cemento y huacales para mostrarle al mundo cuál es la verdadera ley en esta ciudad. Ahora, en el poco, pero probable caso de que encuentre un parquímetro, tómelo siempre y cuando ni se atreva a preguntar el destino que tendrá el pago al parquímetro. Nadie quiere ver su tarde autofrustrada.
Paso 3. El dilema del viene-viene
Cuestionar el mérito ajeno de quien encontró lugar un instante antes que usted es una manera sutil de disimular su incapacidad para dar otras siete vueltas. Sobran avenidas con disco de “No Estacionarse” que son ocupadas por rines, tambos y garrafones con la espontánea meta de reservar este lugar por una cantidad, que multiplicada por el número de autos que caben en esa calle por los usuarios al día y proyectada en un total de 30 días, será un poco más del doble de lo que usted gana al mes. Tampoco se frustre y decida pronto si dejará con él su auto o no.
Paso 4. Entre a un estacionamiento
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Como bien sabe, tan pronto sea estacionado su vehículo, el viene-viene exigirá su cuota tributaria para de inmediato desaparecer. Ni qué decir si estamos hablando de un concierto o evento masivo, donde todo se exagera en la proporción límite del “no hay de otra”. Si está en capacidad de ello, considere un estacionamiento público. Desde este momento le deseo toda la suerte cuando intente salir por esos escasos milímetros que separan su auto del otro, gracias a la permanente campaña de ahorro en las medidas de cajones y así colaborar con uno de los récords que ostentamos: a los estacionamientos más surrealistamente concebidos.
Paso 5. Viva la independencia
Si por alguna razón, el restaurante o edificio en el que tuvo su cita comparte espacio con el estacionamiento donde dejó su auto, pensará que nada tiene de extraño preguntar si le pueden sellar el boleto. Recuerde cómo hace unos años por ley, todo establecimiento comercial debía asegurar estacionamiento gratuito a su clientela. Ahora ría como quien recuerda un cínico chiste y mejor corra a comprar malvaviscos o algo así de imprescindible. Fórmese en la caja mientras con una sonrisa adelantada, celebra que pagará cero pesos por su hábil acto. Cuando haga cuentas y vea que el malvavisco le salió más caro que la hora de estacionamiento, conténgase. Pero por favor, sírvase reventar cuando la cajera le suspire a modo de explicación, que no le sellarán ningún boleto, no porque no quiera, sino porque “es independiente”.