Observar cómo los seres humanos estamos compuestos y tejidos de diferentes aspectos es, además de interesante, sumamente enriquecedor para cualquier etapa que estemos enfrentando: en las buenas y en las malas, en la salud y en la enfermedad, en la tormenta y en la calma; porque la vida en esta experiencia material es justamente eso, se trata de eso. Atravesar los momentos de carencia nos provoca aquilatar la abundancia para entonces procurarla. Dicen los que saben que quien oye consejo llega a viejo, y es muy cierto, porque si somos lo suficientemente sabios como para encontrar el camino medio sin necesidad de tropezar con los extremos podremos ahorrarnos muchas dificultades.
Sin embargo, también es excelente atravesar la experiencia de aquello que consciente o inconscientemente hemos creado para sí mismos, porque el Universo nos ama y provee de tanto incesantemente que respeta todas y cada una de nuestras poderosas creaciones, bonitas o feas, y nos deja vivirlas como Dios manda, es decir, a todo lo que da. Y esta es una extraordinaria perspectiva para dejar de ver las cosas como siempre, a todos los que nos rodean como siempre, a todo lo que tenemos y no tenemos como siempre, porque cuando nos enrutinamos nos pasmamos para poder ver que cada instante, cada evento, cada persona, cada paso, es un regalo en el presente.
Como individuos y como sociedades debemos ser capaces de abrazar cada aspecto que nos compone, y principalmente asumir lo que somos, lo que hay dentro de nosotros, y lo que hemos creado, porque así es entonces que nos volvemos seres más integrados en uno y en colectivo para poder actuar y transformar realidades verdaderamente. Es muy importante hacer nuestra parte, contribuir con el trabajo personal, comenzar con lo propio para poder verlo y no sólo exigirlo, sino de manera natural encontrarlo reflejado en todo lo que nos rodea: honestidad con el ser, autenticidad con uno mismo, respeto personal, rectitud, esfuerzo dirigido, trabajo diligente y correcto, servicio noble y desinteresado, buscar siempre conocer más, saber más, cultivar la mente, el espíritu, y el cuerpo, salir de nuestro pequeño mundo personal para hacer de lo que nos rodea una extensión de sí mismos y de nuestras casas, como un gran hogar. Y sobre todo, con una tremenda responsabilidad en cada uno de nuestros pensamientos, palabras y acciones, porque sólo de esta manera se saca adelante el plan de vuelo de nuestra propia vida y del bienestar de la vida en común que anhelamos para todos.
Recordemos siempre que no hay panaceas, ni fórmulas mágicas, ni contexto que se mejore que funcione si nosotros como células de la sociedad no estamos despiertas y sanas, si no merecemos lo que exigimos, si no lo buscamos conscientemente y lo trabajamos cabalmente, si no estamos preparados para recibirlo. Recordemos que lo que llega fácil, fácil se va y que somos un solo cuerpo, conectados en una mente colectiva, y unidos en un solo corazón, y eso, además de darnos fuerza nos compromete completamente con aquello que vamos tejiendo cada día; por pequeño que parezca tiene todo el significado del mundo.
Estos momentos en donde estamos siendo retados a ver de frente nuestros propios demonios individuales y colectivos, con valor, con la fuerza más grande de espíritu, y con el enorme poder silencioso que se encuentra en el amor que podemos darnos y ofrecernos sin concebirnos ajenos, como si en verdad fuéramos parte de nuestra propia familia, son una tremenda oportunidad de aprender juntos. Y que el supremo amor nos bendiga.