Las propuestas hechas durante las campañas políticas son importantes porque envían señales claras a las y los electores sobre las orientaciones políticas y prioridades de quienes contienden por puestos de elección popular.
Sin embargo, al llegar al poder, no siempre pueden verse concretadas, y aunque podría pensarse que ello derivaría siempre en impactos negativos para la democracia, la sociedad, o el/la gobernante, lo cierto es que en ocasiones, el no cumplir con algunas promesas de campaña resulta positivo para el país.
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Un ejemplo paradigmático de ello, es la promesa del Presidente Trump de construir un muro a lo largo de la frontera y de que sea México quien pague por él. Sin duda, el mundo estará siempre mejor sin muros y sin imposiciones a la soberanía de otros países.
En el caso mexicano, el Presidente Andrés Manuel López Obrador haría bien en reconsiderar acciones como la cancelación del Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México en Texcoco – que podría costarnos por lo menos 100 mil millones de pesos -, la construcción de más refinerías en un contexto global que transita hacia las energías limpias y renovables, o la construcción del Tren Maya sin un debido proceso de consulta a las comunidades indígenas o estudios de impacto ambiental.
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Dada la enorme cantidad de promesas realizadas a lo largo de su camino a la Presidencia, resulta complejo juzgar si a tan solo un mes de haber asumido la Presidencia, Andrés Manuel López Obrador ha sido consistente con lo que prometió en campaña.
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De cualquier forma, la cuestión de fondo radica en analizar si el cumplimiento de las promesas de campaña se traduce automáticamente en una señal positiva, o en condiciones de mayor bienestar y justicia para las personas. En el caso de México, el que el Presidente reconsiderara algunas de sus propuestas de campaña, abonaría al fortalecimiento de la democracia, a la construcción de un gobierno más abierto, y a una política de Estado responsable con el medio ambiente.