Opinión

¿Qué tiene que hacer un nuevo teléfono para satisfacerte?

Desde la primera vez que mis papás soltaron un teléfono celular en mis manos (parecía un fax) tuve serias sospechas, no de su utilidad, sino del uso.

Al principio hacía las veces de bengala de emergencia. Si salía en la noche, mis papás podían dormir tranquilos si cargaba ese plafón. Como si el asaltante fuera a ser intimidado por esa caja de zapatos o tuviera uranio 235 en su interior. 

La verdad es que casi nunca usaba ese Uniden; con quien hablaba era con la gente. Pero esto iba a cambiar cuando años más tarde, ya siendo fan de las incomprendidas Palm, apareció el modelo Treo.

Este fue, en realidad, el dispositivo que inspiró al iPhone y al resto de los smartphones en su operación y lógica, pues combinó una pantalla táctil con programas (apps) orientados a la organización personal con la funcionalidad de un teléfono. 

Curiosamente Palm tuvo cerca de 10 años de ventaja con respecto al iPhone y hoy esta empresa prácticamente ha desaparecido, lo que deja ver que no sólo es relevante saber innovar, sino también saber conducir la innovación. 

El punto es que desde la aparición del primer celular en 1983, el DynaTac 8000X (sí, tenía que leerse ultrasofisticado) le ha abierto la puerta a varios episodios en la dinámica de la comunicación. Y no me refiero a la técnica ni a la tecnológica. 

No sólo hemos sumado a nuestra colección de padecimientos posmodernos la enfermedad del síndrome de túnel metacarpiano, daños en la audición, problemas mentales, sobrepeso, daños irreparables en el sistema nervioso, enfermedades oculares, problemas de postura, de socialización y hasta obsesiones ya clasificadas cono graves y con nombre propio, como la nomofobia, portalitis y la ciberadicción. 

Lo que en un principio pareció una bendición con una campaña publicitaria que prometía traer la «oficina móvil» a tu mano, hoy es una maldición que en muchos, hasta adición ha llegado. Y si no, pregúntate qué es lo primero y lo último que haces en tu día: ¿con qué objeto pasas más tiempo que con cualquier otra cosa o persona?

Pero esta cajita que pretende acercarte con los lejanos (cuando en realidad aleja a los cercanos) ha dejado de sorprender como lo hizo con las espectaculares odas a su persona, de Steve Jobs. Cada «keynote» era sinónimo de legítimos saltos tecnológicos que cabían sólo en la ciencia ficción y en unas semanas (las más largas de tu vida) en tus grasientos dedos. 

Pero será que nos hicimos inmunes a la sorpresa tecnológica o que ver que las pantallas aumentaban sólo unas pulgadas, el número de cámaras (en realidad lentes) crecía sin realmente saber usarlas, la pila dura 12 minutos más, pero la emoción al ver uno de esos nuevos celulares no es lo mismo. 

¿Qué tendría que tener un teléfono celular para realmente sorprenderte? ¿Debería proyectar hologramas? ¿Reaccionar a emociones o mejor aún, a comandos de pensamiento? ¿Debería ser ya parte del sistema parasimpático o estar incrustado a manera de chip en el organismo? 

En lo que liberas de su estado doméstico a la sorpresa y respondes estas preguntas, levanta la vista, recupera el interés por lo que tienes frente a ti y prueba ver qué se siente tu estado cotidiano desde otra perspectiva. 

* Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de quien las escribe y firma, y no representan el punto de vista de Publimetro.

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