Hay algo que no hemos aprendido ante la anticipación de lo que no era una crisis y ahora lo es: debemos aprender a visualizar y colaborar integralmente. No sólo las instituciones públicas, también las privadas y de la sociedad civil.
El esfuerzo tiene que ser colectivo porque ya no nos queda de otra. Actualmente el mundo es urbano, la mayoría vive en una ciudad y lo que sucede en las urbes termina impactándolo todo. Ante ese panorama no queda de otra más que asumir las consecuencias de lo que significa un conglomerado de gente en un mismo territorio necesitando servicios y recursos para sobrevivir.
Por eso soy de las que piensa que si hacemos sustentables las ciudades esto podría impactar directamente en todo lo demás. Tenemos que ver de forma holística la forma de solucionar esto. Porque lejos quedó aquella hipótesis de que cuidar al medio ambiente es sinónimo de sembrar árboles. Debemos meternos a las capacidades de sobrevivencia humana, como lo son el desarrollo urbano, vivienda, movilidad, incluso la seguridad pública.
Porque estas situaciones de riesgo están alterando más allá de la vida de la gente: los procesos, ciclos, tendencias de la propia naturaleza. Los incendios forestales son una señal que nos falla la reacción ante la emergencia, pero más la anticipación de la configuración de todos los factores ante la crisis ambiental –que a estas alturas ya no se puede llamar “cambio climático”–.
En una realidad adversa este problema necesita más que saliva política o hábitos pequeños (que contribuyen, pero no impactan masivamente). La crisis, así como su nombre lo indica, necesita de acciones que afectarán procesos e inercias económicas que no terminan por incluir los temas del “medio ambiente” que precisamente son los más urgentes hoy en día. No hay “medio ambiente”, de hecho, hay ambiente; el completo, el que nos integra a nosotros y nuestro hábitat. Por eso hoy la calidad del aire, el agua y La Paz, son en sí mismas fuentes importantes de las cuales hay que cuidar.