El poder de las palabras es infinito. La garganta, sencillamente, es el punto unificador entre lo divino y lo terreno. Es justo como un conducto sagrado en donde desemboca la orden maestra, el decreto de mando y la antesala de la acción a concretarse. Nosotros elegimos con cada una de nuestras palabras de dónde provendrá el mensaje, si del cielo o del infierno.
Como dice magistralmente el Dr. Miguel Ruiz en los cuatro acuerdos, aprender a ser impecable con las palabras es todo un arte. A veces guardar silencio es la abstención más complicada, porque a costa de lo que sea tenemos que expresar una opinión, sostener una postura, defender un argumento, aún cuando no nos asista la razón. Las palabras son transparentes, prácticamente la materia prima del alma, y lo que se construye o destruye con ellas es el reflejo nítido de aquello a lo que le ponemos más atención y fuerza en nuestro interior.
Sería siempre conveniente entrenarnos para hacer un alto cuando estemos a punto de lanzar una bomba por la boca, y preguntarnos si realmente será necesario, si es imperioso para nuestro ser que lo expresemos, si algo mejor saldrá de eso, y, principalmente, qué es lo que está proyectando, es decir, si se apega a la verdad, a la justicia, al honor, al agradecimiento, a la generosidad y a la grandeza de los valores humanos, o si solamente es un capricho de nuestro ego y de la importancia personal.
Cuando las palabras van magnetizadas del poder del amor en todas sus versiones siempre serán evolutivas, aunque duelan, pero si provienen de nuestro yo victimizado o victimario, para manipular, abusar, chantajear, y tapar la verdad, son armas letales. Ser conscientes de este instrumento por el cual viaja el sonido que está antes de las formas físicas, es una revelación que puede ahorrarnos muchos malos ratos o, incluso, salvarnos la vida.
Y por supuesto conocer el tremendo poder de nuestro decir puede preparar el suelo en donde crecerán nuestros sueños. A decir del Dr. Joseph Michael Levry, en específico, no debemos hablar si estamos enojados, no en ese preciso instante de ira en llamas. Es mucho más sensato y maduro redirigir las palabras meditando y orando. Las palabras son muy poderosas y se convierten en un registro akáshico, por lo tanto, debemos usar las palabras para sanar, elevar y bendecir a todos, en lugar de dividir o destruir.
Debemos esperar para que el tiempo traiga el enriquecimiento que conforme una visión más completa y comprendamos mejor las situaciones. Esperar y dejar que las palabras se impregnen de más sabiduría es una enseñanza espiritual completa.
Todos en algún momento por desconocer estos principios sobre el inmenso poder que tenemos en la garganta hemos roto corazones, lastimado a quienes más amamos o destruido algo que apreciábamos. Ojalá que recordemos respirar, hacer un alto, y reflexionar sobre aquello bueno ganado que podemos perder en un instante.
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