Opinión

La sensatez de quedarse quieto

Para ser leída con: “Sympathique”, de Pink Martini

La dinámica contemporánea parece premiar el multiatasque (mexicanización de “multitasker”)  de pendientes que asedian las horas y los nervios al tiempo que privilegian la discursividad y la gastritis crónica.

¿Para qué programar una verificación del auto si se puede dejar para el último día? De este modo compartirás horas de fino asoleo con varios colegas de fila que, como a ti, les pone de malas la espera insoportable, especialmente porque tienen (cada uno) varios pendientes que resolver.

La verdad, ¿quién conoce la utilidad de una agenda si lo más divertido es resolver pendientes de último momento y bajo la mayor cantidad de estrés posible? De otra manera, parece no disfrutarse.

Bajo una óptica del dueño de los medios de producción, llevar a cabo 17 actividades simultáneas pareciera en principio digno de aparición en el cuadro de honor como empleado del mes. Hasta que alguien revise la calidad con la que fue llevada a cabo cada una de las 17 tareas en cuestión.

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Pero la histórica incapacidad para decir “no” y la ilusoria sensación de estar avanzando en “mil pendientes a la vez” (entre ellos, conversar por messenger, revisar los memes del día y discutir por whats -si es que sirve-) sólo te hacen adicto a la adrenalina, que curiosamente tiene una cualidad autodestructiva de ser empleada en esa dosis y de esa manera.

Velo de esta manera, ¿cuál es el sentido de caer en un desgaste al cumplir una tarea tras otra, eslabonada de tal modo que te mantengan ocupado y funcionalmente entretenido (no necesariamente divertido) de lunes a viernes, para caer en desuso los fines de semana y recuperar energía para emplearla de vuelta en las mismas funciones llevadas a cabo la semana anterior? Todo esto, hasta que cumplas 75 años. ¿En qué inviertes la energía de un día, de un mes y la de tu trayecto vital.

Si te pidiera que respondieras en una idea, cuál es tu propósito y cuál es tu dirección en la vida, ¿sería honesta, rápida y clara tu respuesta?

Aquí es donde el hecho de detenerte adquiere una profundidad más relevante de la que aparenta.

Hurgar en el sentido práctico de cada una de las tareas que diariamente malabareas, evidenciar la congruencia que éstas tienen con tu sentido de propósito vital, puede ser de mayor relevancia que enviar ese informe o no poder conciliar el sueño por las noches. La fuerza de la costumbre convertida en inercia automática y nunca cuestionada transforma al inmediato plazo en lo único visible dentro del espectro diario. Y aprovechando el momentum futbolístico, así te la pasas reiteradamente. “Parando penales”.

Suena ilógico pero el hecho de permanecer sabiamente quieto faculta mucho más de lo que despoja.

Por ejemplo, ¿Cuántas veces al día tomas conciencia de tu respiración? Es en la respiración donde se encuentra un correlato fisiológico palpable del estado mental. Y con ella, una metáfora poderosa de lo que supone, es la práctica vital: un momento (aparentemente) efímero, seguido de otro… ad absurdum.

En ese contexto, la quietud puede otorgar lucidez y, ésta, presencia mental, misma que representa detonar tu capacidad de cognición. Por eso puedes estar presente en ese instante en el que te quedas lúcidamente quieto y así ir refinando el instante y con ello la mente que lo percibe.

¿O cuentas con total claridad cuando volteas a ver tu lista de tareas (si es que tienes) y el estrés y la frustración te carcomen sin agendar fecha de finalización (bien llamada en inglés como “deadline”)?

Al respecto de esta (in)quietud, cuando hay un pensamiento inevitablemente viene un conjunto de descripciones y diálogo interior con él. Detener esta perorata en la mente y tener la capacidad de observar sin describir genera una mente consciente y clara.

Pero la quietud por sí sola es ociosa. Lo relevante es percatarse de esta quietud y tener claridad del momento con todo lo que esto puede detonar en la presencia de tu persona sobre el piso.

De este modo habrá valido tu quietud. Así sea por un solo momento.

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