El gobierno federal gastó 2 millones 923 mil 20 pesos en el evento del Zócalo el pasado primero de julio, para “celebrar” el primer aniversario de su victoria electoral el año pasado; aunque el presidente se comprometió a que no habría derroche, se pagó con recursos públicos una celebración que se convirtió en un culto al titular del Ejecutivo Federal.
Vimos el uso de viejas de las prácticas, esas que tanto le recriminábamos al PRI, aunque lo que sorprendió fueron las “maromas” que hicieron los defensores de la 4T para justificar el alquiler de cientos de autobuses que abarrotaron Paseo de la Reforma, así como el reparto de tortas y de dinero en efectivo para asistir al llamado
“Amlofest”. ¿No era el corporativismo, la compra de voluntades y el acarreo de personas lo que criticaba con tanto fervor el hoy presidente cuando se refería al “viejo régimen”? ¿no es inmoral aprovecharse de la necesidad de la gente para llenar un evento cuyo único fin es mostrar el “respaldo” de un pueblo cada vez más desencantado del gobierno?
Según una encuesta publicada por un diario de circulación nacional, la aprobación del presidente ha pasado de 83% en febrero a 66% en junio de 2019; y aunque mantiene un apoyo mayoritario, los números no son novedad porque históricamente, desde el año 2000, la aprobación tras siete meses del inicio de su gobierno ha oscilado en esos números: tanto Vicente Fox, Felipe Calderón, incluso Peña Nieto tenían una aprobación similar registrando 63%, 65% y 57%, respectivamente, según datos de Mitofsky.
Tras más de medio año de gobierno, la administración de López Obrador no da resultados y eso impacta en la percepción de los ciudadanos pues sólo el 27% de los mexicanos considera que el país está mejor, 26% que está peor y 46% que las cosas siguen igual. ¿Dónde está la transformación?
Los dos grandes temas con opinión desfavorable hacia el gobierno federal son el retiro de recursos a las estancias infantiles con 61% de desaprobación y la construcción del Aeropuerto de Santa Lucía, con 41% de desaprobación. Por si fuera poco, menos del 32% de los mexicanos consideran que el gobierno está haciendo bien su trabajo en salud, seguridad, economía, corrupción y combate a la pobreza. Así pues, ¿es esto lo que celebraron el lunes pasado?
Pero las sonrisas y los aplausos entre los morenistas acabaron muy pronto porque apenas regresaban a sus labores en Palacio Nacional tras el “bailongo” en el Zócalo, cuando una nueva crisis les estalló en cara: las manifestaciones y el paro nacional de la Policía Federal rechazando su incorporación a la Guardia Nacional pues supone una disminución en sus prestaciones, el sometimiento a evaluaciones de carácter militar, la pérdida de su antigüedad laboral, así como trabajar en pésimas condiciones.
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La respuesta del gobierno federal fue más que insensible cuando el presidente afirmó que sus reclamos “no tienen razón de ser”; pero fue más allá, pues el presidente lo acusó de corrupción, sin ninguna prueba, y afirmó que había “mano negra” en de las manifestaciones de los elementos policiales.
Pero quien puso la cereza en el pastel fue el Secretario de Seguridad Ciudadana quien denostó a los miembros de la Policía Federal y afirmó que el expresidente Felipe Calderón se encontraba detrás de los reclamos de los servidores públicos. Incluso fue más allá al declarar que no había un civil que pudiera comandar a una corporación como la Guardia Nacional, cuando según la ley lo coloca a él como último responsable de ese cuerpo. ¡Qué grande les quedó el cargo!
Ha transcurrido un año de la elección presidencial de 2018 y las promesas de cambio y de transformación han desaparecido ante la crudeza de una realidad compleja que no tiene soluciones fáciles basadas en discursos simplistas a los que López Obrador tiene acostumbradas a sus bases. Es urgente que se asuma una postura de conciliación y unidad porque la polarización tiene como consecuencia inevitable la radicalización que, permeando entre policías y fuerzas armadas, no puede tener buen fin. Al tiempo…
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