Precaución en restaurantes

Toma sólo unos cuantos minutos, pero aterroriza a las víctimas, a sus cercanos, y a las redes sociales. Es un delito que está cobrando importancia y que impacta directamente en la percepción de inseguridad y en el desarrollo económico de la Ciudad de México porque, en una capital de servicios, evitar salir a cenar cualquier día de la semana afecta el corazón de su economía.

Los casos comenzaron aproximadamente hace año y medio, con un mismo modus operandi: a la hora del cierre entran dos o tres delincuentes, amagan a los comensales con armas de fuego, les quitan sus pertenencias y huyen del lugar a pie. Si tienen un poco más de tiempo, buscan también robar las ganancias del día del establecimiento.

Aunque sucedían en la madrugada o después de medianoche, apenas ayer se reportó en redes sociales uno cometido en la colonia Roma (una de las que concentra mayor número de restaurantes de moda en la capital) poco después de las diez de la noche. Una de las principales rutinas de este tipo de ladrones es esperar a que la actividad de la calle, el restaurante e incluso el patrullaje policiaco descienda para tener oportunidad de sorprender a la clientela que, tristemente, se encuentre en ese desafortunado momento.

No ocurrió así en este caso y, si los que suceden a altas horas de la noche alteran la percepción de seguridad de cientos de personas, éste seguramente afectó mucho más la volátil sensación de falta de tranquilidad.

Esto se explica porque los restaurantes, desde una taquería hasta el que gana premios internacionales, son centros de confianza, es decir, lugares a los que acudimos sin mucha preocupación porque sabemos que estaremos protegidos. 

Es muy diferente nuestro comportamiento en la calle o en el transporte público donde ya tenemos una idea fija de que son vulnerables. Un centro comercial, una iglesia, el interior de una sucursal bancaria, una sala de cine, una escuela, un hotel con grado turístico y la antojería tradicional de la colonia son sitios que identificamos con la tranquilidad y con la convivencia social.

Por eso cuando se comete un delito en alguna de estas ubicaciones, nuestra sensación de inseguridad se dispara y la información sobre el hecho se comparte en segundos como una medida de emergencia.

Parte del método del criminal que se dedica a este delito es hacerlo rápido pero violento y usar un arma de fuego para que se ofrezca la menor resistencia posible. El objetivo es el teléfono celular (en promedio un capitalino tiene uno que cuesta más de 3 mil 500 pesos), las carteras y bolsas de mano por las tarjetas bancarias (para hacer cargos inmediatos) y el poco efectivo que encuentren (también en promedio, los millones de personas que viven y conviven en la Ciudad de México no llevan consigo más de 300 pesos en efectivo, dependiendo del día de la quincena del que hablemos).

A pesar de que el miedo es una de las principales herramientas de este crimen, el propósito no es disparar porque alertaría a la policía, a otros establecimientos y a los mismos parroquianos que podrían denunciar el hecho en ese instante. Sin embargo, hablamos de delincuentes que no están enfocados en profesionalizarse cada vez que cometen un robo, sino de ladrones que usan la violencia sin contemplación.

La coordinación entre establecimientos es indispensable para generar sectores económicos seguros y erradicar esta clase de asaltos. Colaborar y estar bien comunicados son dos elementos igual de importantes para inhibir y desarticular a estas bandas criminales. 

Existen antecedentes en la capital de que esto es posible y con reducciones drásticas en el número de delitos exitosos. Lo que no podemos permitir es que sigan ocurriendo. Y eso es responsabilidad de las autoridades y de nosotros como ciudadanos. Hace falta organizarnos mejor.

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