Lo que denotan los lamentables hechos ocurridos el pasado miércoles 24 de julio en una plaza comercial en el Pedregal es que cada vez es más común, en México y en el mundo, el crimen organizado trasnacional.
Vivimos en un mundo globalizado donde las cadenas de interconexión no sólo aplican a procesos positivos como el comercio, la inversión, las finanzas, la cultura o el turismo; si no que también aplican a las amenazas y retos como la actividad criminal. Por ejemplo, el contrabando de droga, que se estima que representa hasta $652 billones de dólares; la trata de personas, que se estima obtiene $150 billones de dólares en ganancias; o el tráfico de armas, que representa hasta $3.5 de billones dólares; todos estos son delitos que se cometen a través de estructuras que operan en distintos países.
Ahora bien, para combatir la inseguridad los países cuentan con diversos instrumentos jurídicos como los tratados de extradición y asistencia jurídica mutua en materia penal (tenemos con 37 países); los tratados de cooperación para prevenir, detectar y combatir el lavado de dinero (hemos suscrito con 4 países); los acuerdos de cooperación para combatir la delincuencia organizada trasnacional (tenemos con 6 países) los acuerdos de cooperación para combatir el narcotráfico; el tráfico ilícito de estupefacientes y sustancias sicotrópicas, así como la farmacodependencia (hemos firmado con 34 países); así como los memorándums de entendimiento para la creación del Grupo de Alto Nivel de Seguridad con El Salvador, Guatemala y Honduras.
Debemos, por ende, utilizar todas las herramientas a nuestra disposición para combatir el crimen trasnacional, y no podemos permitir que se creen estereotipos vinculados a nacionalidades específicas. Recordemos las ofensas tan grandes de las que hemos sido objeto los mexicanos cuando se han estereotipado a nuestros nacionales en Estados Unidos, por lo que hay que tener mucho cuidado con hacer generalizaciones.