Opinión

Familias

Algunas versiones de diccionarios etimológicos describen a la palabra Familia como parte de un grupo de ciervos o esclavos, principalmente por el sentido de pertenencia a un núcleo o por el hecho de que todos los que pertenecen a este, se alimentan de la misma rama. Si ocupamos este concepto, por definición, familia es la rama de donde varios elementos se nutren, se derivan y del cual todos conforman un patrimonio.

De hecho, la palabra familia puede equipararse con patrimonio en tanto que es el sustento material que nos permite tener casa, vestido, alimento, pero también el sustento moral o valoral. En las descripciones de los reinos de la naturaleza se emplea la clasificación de familias por especie y por genética porque cada grupo comparte un código que le hace ser como es y, sobre todo, que le otorga y le comanda una determinada función.

Toda la información genética o aprendida de cada familia es un patrimonio en sí mismo, porque es un universo completo de tesoros del saber que van aportando al libro evolutivo de la vida y de las especies. Desde esta base, sea como sea, la familia tiene que ser motivo de orgullo y de responsabilidad individual y personal, porque aquello que los seres humanos hacemos va moldeando el árbol genealógico y el grupo llamado familia del que venimos y al que heredamos.

Por eso es que la conciencia de mantener sano el conjunto familiar, que también incluye a los seres de los que elegimos rodearnos, permite que la raíz de la que nos alimentamos esté fuerte, y de esta manera honra toda la fuerza, el aprendizaje, el valor, la sabiduría, el sacrificio y el esfuerzo de nuestros ancestros. Y no hay familia sin vinculación. Las sociedades enteras están elaboradas de un tejido de familias.

Las familias todas van creciendo conforme integran a otros seres, de otras familias, y de esta manera encuentran su diversificación y su prevalencia. La sociedad es una macro-familia y de cada uno depende preservarla como una gran familia con la conciencia de saber que nuestra rama forma parte de un árbol más grande, y que si nuestro núcleo está descuidado, tarde o temprano contagiará a los demás.

El cuidado de las plantas es un excelente ejemplo de cómo podemos procurar la bienaventuranza de nuestra entraña inmediata, pues en cuanto se detecta una plaga, una enfermedad, falta de agua, exceso de sol, exceso de sombra, crecimiento desmedido, falta de poda, cosechas a destiempo, etc., se toman las medidas adecuadas para que ese árbol, planta o jardín pueda seguir vivo y vibrante para dar sus frutos.

Es de gran belleza contemplar cómo la propia naturaleza va marcando los mapas y los planos maestros que permiten la preservación de la vida. Por eso también es que involucrarnos con acciones de comunidad que aporten mejoras a la sociedad fortifica el contexto en el que nos podemos parar para mantener a nuestra familia unida, integrada, enriquecida, y lo más sana posible.

Nuestra sociedad mexicana, que tradicionalmente se ha caracterizado por su esplendoroso torrente en la construcción de familias, mantiene en la esencia de sus códigos este tesoro que formamos todos. Por cada acto de mal, una raíz del árbol se envenena, por cada acto de bien, una nueva semilla se siembra.

Por eso abracemos, apreciemos, curemos y cohesionemos más a nuestras entrañables e irrepetibles familias con lo mejor de nuestro ser; perdonando más, comprendiendo y escuchando mejor, disfrutándonos más, riéndonos en sincronía, cooperando, sirviendo y sanando juntos. Aprovechemos la gloriosa oportunidad de tenernos.

* Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de quien las escribe y firma, y no representan el punto de vista de Publimetro.

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