Opinión

¿Y si tu mamá fuera una de las víctimas?

Para ser leída con: «Joker and the Thief», de Wolfmother

¿Habría cambiado algo tu reacción, si entre las víctimas de la masacre en El Paso, estuviera tu mamá?

Sin duda, eso cambiaría todo ¿no? Y ahí está el problema. 

En realidad no tendría por qué haber diferencia si comprendiéramos de manera cabal el sentido de interdependencia que como especie compartimos, pero se nos olvida que lo que está fuera de mi ciudad, ¡de mi casa! es también mi mundo, situación que opera como causa y efecto de este tiroteo y de varios problemas de convivencia elementales. 

Piénsalo de este modo: en el momento en el que se nos olvida que el mundo es una casa y nos deja de importar lo que sucede en Japón, en Indonesia o en Honduras, se siembran el desgano y el origen para que ocurran este tipo de sucesos, en los que un radical encuentra aliento ideológico en su jefe de estado y se le hace fácil pensar que los seres humanos pueden medirse, dividirse y jerarquizarse por una condición (no elegida) como la raza, género, color o ideología. 

Más vergonzoso y grave es que se dibuje un intento de deslinde al hablar de un caso aislado, de condiciones de locuro o pretender atribuirlo a los videojuegos. 

Si bien, tuvo que haber cierto desequilibrio mental que anulara el cuestionamiento para siquiera concebir abrir fuego en una tienda, es irrisorio hablar de un caso aislado y responsabilizar a los videojuegos es tan infantil como falto de pruebas (las hay en contra, no sueltes tu control).

Si quienes responsabilizan agenes externos no saben cuál es la causa, a mí me parece evidente: la inaudita proliferación de armas y su absurdo endiosamiento. ¿En qué lógica cabe tener 120 armas por cada 100 habitantes? Sólo en un lugar en el que es más fácil comprar un arma que una hamburguesa, al haber seis veces más tiendas de las primeras que de las segundas. 

Y ya que estamos hablando de segundas, es preciso comentar que la Segunda Enmienda no defiende la compra y el uso indiscriminado de armas porque estaría indirectamente propiciando lo que ha venido sucediendo. Ver esto como el derecho legítimo a la defensa es una de varias interpretaciones y en dado caso, habría que clarificar inmediatamente dicha enmienda si es que hay interés de no encontrarte, un día  en un centro comercial con un fanático que acaba de comprar su nueva ametralladora y te ve con una sonrisa extraña.

El 8 de mayo, durante su campaña, Trump preguntó a la gente: «¿Cómo podemos detener a estas personas?», refiriéndose a los migrantes. Un espontáneo, de esos a los que les falta un empujón (y un tornillo) para acercarse a un centro comercial, gritó: «Disparándoles». La gente carcajeó, festejó y aplaudió. El jefe de estado y presidente de los Estados Unidos, sonrió.

El problema no es Trump sino lo que representa. Su agenda carente de términos humanistas y cargada en instrumentos de manipulación electoral jamás reparó que seguidores miopes abrirían fuego cuando él sólo buscaba ser bravucón y pendenciero para obtener favores electorales (cosa que le ha servido desde que vendía libros y participaba en programas de TV). Aún así, está claro que su óptica sigue siendo de corto plazo, funcionalista, económica y electoral. Pero afortunadamente no necesitas ser político para ser sensible en torno de la interdependencia humana.

No minimizo tampoco el problema de la migración. Afecta empleos, economías y sociedades. Pero jamás puede obrar por encima de la dignidad de la condición humana.

El tema de la migración es tan complejo de abordar porque es como el problema del aborto: resultado de otros problemas que deberían atenderse en sus condiciones y características particulares. Hablar de explosiones demográficas, debilidad del estado, crisis de las instituciones y desequilibrio en los recursos merecen una agenda binacional y mundial urgente. Pero el signo de nuestros tiempos es la incongruencia, por lo que seguramente seguirán las agendas con amenazas comerciales y hasta nucleares.

En el fondo, pienso que el problema tiene un importante componente de ego, entendiendo a éste como la insana relación con nuestra naturaleza humana y con la realidad. Como especie tenemos varias limitaciones, pero hay algunas de ellas que pasan desapercibidas y se tienden como enemigos silenciosos. Creernos aleccionadores del mundo es uno de ellos. Cuando un microbús se te cierra, hay que aleccionarlo con el cláxon, las altas o a mentadas. Ni se hable de un partido de futbol, donde habrá tantos DT como fanáticos frente a la tele, gritándole al idiota que falló el centro. Y así escalamos estas actitudes hasta creernos Súper Policías del mundo y pensar que podemos, incluso, amenazar otros países.

Las fronteras son un invento humano, una historia aceptada y socializada. Esto es, no vas en un avión viendo líneas divisorias entre ciudades, estados y países. Nos estamos matando por posiciones radicales creadas a partir de estereotipos y prejuicios basados en creaciones intangibles. No olvidemos que cuesta lo mismo cooperar que destruirse: depende la narrativa que te creas. 

O sea: nos creímos una historia donde en lugar de ser y hacer una comunidad, somos muchas diferentes, divididas en países y características que interpretamos, defendemos y proyectamos. No obstante, creemos y seguimos voces que normalizan la división y la violencia. ¿Qué otra cosa podríamos esperar, entonces, sino eventos como los de El Paso?

Por eso sigo pensando que -incluso si tu madre hubiera estado entre las víctimas- tu postura no tendría por qué cambiar. Esa distancia termina por mutar en indiferencia y es una importante causa que normaliza la violencia.

Las fronteras son artificiales: el valor esta en la gente. Y tu gente sigue siendo cualquier ser humano sobre el planeta. El día que olvidamos esto, hicimos de las diferencias, amenazas, en lugar de conexiones y aprendizajes.

* Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de quien las escribe y firma, y no representan el punto de vista de Publimetro.

Tags

Lo Último

Te recomendamos