La Presidencia de la Mesa Directiva del Senado es un cargo de enorme responsabilidad. La persona que la ocupa debe representa por igual a todas y todos los legisladores de esta Cámara.
Además, entre sus obligaciones está la conducción de las sesiones y de los debates, así como dirigir la administración de la institución y garantizar que los procedimientos parlamentarios se apeguen a la Constitución, la Ley Orgánica del Congreso y el Reglamento del Senado.
Es una tarea que implica apertura democrática, pues como un órgano plural, en el que participan todas las fuerzas políticas, es indispensable que anteponga el interés general, jurídico e institucional, más allá de sus convicciones personales o partidarias, sin que ello signifique renunciar a ellas.
Por ello, es deseable que quien asuma la responsabilidad de representar, conducir y administrar al Senado ponga al servicio de la Cámara su capacidad y experiencia. Es indispensable manejarse con la mayor prudencia, tolerancia posibles y con absoluto respeto hacia todos sus colegas y las instituciones, a la pluralidad ideológica y a la sociedad en su conjunto para mantener la unidad.
En este sentido, de acuerdo con la Ley Orgánica del Congreso, los integrantes de la Mesa Directiva del Senado deben actuar de manera objetiva, imparcial y legal incuestionables. Adicionalmente, en virtud de que esta Cámara forma parte del Poder Legislativo, el cual tiene la función primordial de elaborar las leyes para una sociedad en constante cambio, debe buscar siempre estar abierta para escuchar y facilitar la transformación que el país requiere.
En suma, quien presida el Senado requiere demostrar compromiso con México, teniendo siempre en mente y, en todas sus acciones, la máxima de Vicente Guerrero: “La Patria es Primero”.