Es sumamente grato escuchar y leer mensajes positivos y constructivos en la atmósfera de los medios de comunicación y de los diferentes actores involucrados en esta industria. Hasta hace a penas dos décadas, las tendencias eran completamente opuestas. De este lado de la cancha, prácticamente a nadie le interesaba hablar de bienestar interior y de salud emocional.
Sólo se hablaba de valores humanos y cívicos de manera muy superflua y para cubrir el requisito. Términos como resiliencia, crecimiento interior, desarrollo humano, actitud positiva, ciencia de las decisiones, límites, merecimiento, desapego, resonancia, historias de valor, responsabilidad social, coaching, meditación, tanatología, y conceptos de sabiduría espiritual, no formaban parte del mensaje, o algunos ni siquiera existían como concepto.
Eran muy contados las y los comunicadores que ponían atención en estos aspectos para el bienestar personal y colectivo. La Yoga, por ejemplo, era ofertada por las escuelas tradicionales más antiguas y rigurosas, así que su filosofía era concebida sólo para ciertos grupos etiquetados como hippies y existencialistas.
La tendencia del mensaje era justo lo opuesto a lo que se respira ahora. Era una comunicación ácida, burlona, desparpajada, despreocupada de su entorno y más bien exaltadora de los estándares de éxito completamente enfocados hacia lo externo. Todo lo contrario a eso era tachado de esotérico, idealista, cursi, y hasta tonto.
Fue como la noche oscura antes del asomo del amanecer. Visto en retrospectiva se puede afirmar que todos en la conciencia colectiva ya estábamos listos para otros conceptos. Algunas escuelas lo llaman haber pasado de una era a otra en términos de conciencia.
Y seguramente sí, porque a pesar de no tener ningún antecedente seguro de que aquello iba a funcionar, fue una enorme y muy grata sorpresa experimentar cómo uno, dos o tres mensajes positivos se iban convirtiendo en un contagio envolvente que creció más allá de cualquier expectativa.
Eso habló del gran cambio que estaba por venir en la forma de pensar y redefinir las creencias de todo tipo. Siempre he dicho que me precio de tener al mejor público del mundo, y lo digo de todo corazón, porque no solo me refiero a los indicadores clásicos con los que se mide esta industria, sino que, atreviéndome a ir mucho más allá, siento que los conozco, que mis experiencias resonaron en mi audiencia como una extensión de mí, y viceversa.
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Sin querer ser pretensioso puedo decir que, desde que tuve la gran bendición y oportunidad de estar frente a un micrófono, se fue hilvanando una conexión muy pura y profunda entre mi amado público y yo, y gracias a esa gigante retroalimentación nació #EfectoPositivo.
Hoy por hoy, me complace ver que la publicidad, los medios de comunicación, y muchos actores de la sociedad, son transmisores y emisores de lo que ha estado escrito por los siglos de los siglos en los libros sagrados, en la sabiduría de lo divino, en las leyes universales, en las mentes brillantes, y en los grandes espíritus de la historia humana; por supuesto y como siempre, recordando la esencia del por qué, para qué, desde dónde y cómo se transmite.
Porque al final, no es el personaje, no se trata de alguien, sino de todos; no del medio sino del mensaje; no se trata sino de sanar y crecer juntos en un solo corazón.