El próximo 1 de octubre está dedicado por la ONU a ser el Día Internacional de las Personas de Edad, lo que, en definitiva, es una observación mundial importantísima y muy urgente.
Se espera que entre 2015 y 2030 el número de personas de más de 60 años aumente de 901 a 1 400 millones, y para el 2050 a más del 20% de la población.
La dinámica tan aceleradamente cambiante del planeta ha derivado también en que los seres humanos alcancen más edad, como no se había visto al menos en la historia que conocemos, lo cual amplifica las expectativas hacia una mayor plenitud en muchos sentidos. Antes, se tenía que vivir más aceleradamente para abarcar todas las etapas lo más posible, por eso las personas se casaban prácticamente en la adolescencia e inmediatamente comenzaban a procrear.
Esto era gran parte del sentido de realización, ya que poco tiempo después acaecía la muerte. El desarrollo de la ciencia y la tecnología, aunque con todas sus consecuencias paralelas, ha otorgado a la humanidad extensiones de tiempo para que en una vida puedan ser caminadas más experiencias. Pero no sólo se trata de cantidad, sino de calidad.
Pensar en la posibilidad de tener más tiempo de vida implica también una gran responsabilidad, la responsabilidad de pasar de la mera supervivencia o de la conciencia animal a la capacidad humana de la conciencia superior; a aprender a conocernos y comprender nuestras capacidades de la mano del poder de lo sagrado, o sea, de lo más elevado del ser humano.
Se trata no sólo a desarrollar las actividades del cerebro izquierdo, sino las aptitudes del hemisferio derecho, es decir, a integrar en sí mismos el principio masculino y femenino de la creación para caminar nuestro tiempo por la escuela de la Tierra con el máximo alcance de conocimientos, pero también de sensibilidad, de aprecio y respeto por lo sacro femenino de la vida.
De poco sirve desarrollar las más sofisticadas tecnologías para que al final, estas terminen con la raza humana. El reto es grande, pero al mismo tiempo muy emocionante si nos damos cuenta de que tenemos en las manos la elección de dar un paso importante y significativo en nuestra historia evolutiva.
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Tener un promedio de más expectativa de vida nos invita a mejorarnos y a mejorar nuestro mundo, a llevar las cosas con más calma para un mayor cuidado, a aprender a disfrutar más nuestro tiempo comenzando tan sólo con la contemplación, e incluso, a desarrollar más de una actividad profesional y a aprovechar al máximo lo que podamos hacer para saldar esos adeudos que nos quitan la paz al dormir.
Con esto, es fundamental cambiar las estructuras que estaban adaptadas a los tiempos y ritmos de hace 60, 100 y 200 años, e incluir a las personas mayores en todo el funcionamiento armónico de la sociedad, no por compasión, sino por sabiduría, y comenzar esta inclusión desde que se es joven: aprendiendo a vivir verdaderamente.
Contrastantemente con lo abrumador que puede ser el ritmo de vida actual, tenemos más tiempo para la convivencia de calidad, para que quienes ya pasaron antes que nosotros nos transmitan su experiencia, y por supuesto para agradecerles y para honrarles. Esta integración y reconocimiento también implica que la linealidad con la que medimos la edad se vuelva más esférica, menos plana y cuadrada, pues recordemos que no son los años cumplidos sino la actitud, el #EfectoPositivo y la capacidad de abrazar más posibilidades creativas, lo que marca la diferencia entre haber o no aprovechado la vida.