Para ser lída con: “Before You Accuse Me”, de Eric Clapton
Pensaste que nunca sucedería. Le pasa a todos, menos a ti. No quisiste quitarle la estampa protectora transparente durante un mes, con tal de que se mantuviera como lo compraste, el mayor tiempo posible. Pero algo pasa con las cosas y con el mundo, que cambian y eventualmente dejan de ser lo que eran.
Uno ríe con nostalgia al recordar el ladrillo con el que inició la aventura de la telefonía celular: los equipos eran pesados y parecía que ibas a guiar una misión en Irak. Pero rápidamente nos dimos cuenmta que algo faltaba en la fila del banco en un alto y rápidamente se fueron reinventando.
Por lo menos los rudimentarios teléfonos de los ochenta gozaban de cuatro días de pila y no se caían las llamadas. Los juegos mantenían al poseedor de la serpiente paseadora o del tenis con dos rayas y un punto, anonadado por las capacidades de su terminal.
Cuando uno mensajeaba era para decir lo que no podía decir de otra manera (los sms costaban y si querías acentuarlos, era doble). Total, que en ese entonces los celulares eran para lo que necesitaban ser. Hoy se han apoderado de la especie y ni cuenta nos hemos dado (aún leyendo esto desde tu cel).
Y lo hemos logrado. Nos hemos acostumbrado a la incansable ruedita que no para de girar, evidenciando que la única señal es que no hay tal. Uno suplica a los dioses de La Nube que se apiaden de nuestra desconectada alma, pero la súplica será en van: el tweet que cambiará el devenir de la humanidad, la historia en Instagram de tu chai latte en barra, tendrán que esperar a que llegues a un sitio con wifi o a que las condiciones astrológicas se alineen para que caiga una rayita más.
Pero la calamidad y la permanencia no son buenos vecinos. El día que tu celular se cae (con 7 cm tienes para que se rompa la pantalla del teléfono más poderoso de la historia), se pierde (fue él, no tú), se ahoga (malditas cubas asesinas) o simplemente da de sí, el mundo se paraliza. Puede sonar exagerado, pero quédate sin celular medio día y platicamos.
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Paradójicamente la comunicación a partir del celular se ha vuelto más fría, inmediatista, burda y en muchos momentos blanco de confusiones. Pero ahí estamos, unidos como secta conformando la tribu de “Los Agachados”. No importa si hay baches o lagartos; si llueve o vas en el metro; despegar la mirada de la pantalla es ahora, sinónimo de estar perdiendo el tiempo.