Opinión

Aquí no pasa nada

Para ser leído con “Normal”, de Sasha Sloan

En la casa, el taller y la oficina sobran razones por las cuales añorar -así fuera sólo por ese momento- ser tu mascota: esa que recostada con toda la comodidad que le confiere su peluda estampa, te observa moviendo la cola pendularmente con una sonrisa sabia y en señal de apoyo acierta a parpadear y echarse. Por razones desconocidas pero urgentes de tener al menos una vaga pista, nos hemos convertido en fachadas emocionales en busca, no del mejor blindaje, sino del más creíble.

¿Cuántas malas noticias aguanta el cuerpo? ¿Cuál es el objeto de -como la cola de tu mascota- ir del deseo al dolor y de vuelta?

Hacer creer al mundo que estás bien es una tarea diaria imposible de postergar en una sociedad en la que la apariencia, como el abdomen deben estar planos. La respuesta tiene que ser igual de elaborada: tú encárgate de fingir lanza esa sonrisita ensayada y camina las calles viendo tu vivo retrato en los demás.

El lugar común nace con el hecho, consciente o no, de ser predecible. ¿Cómo para qué elaborarse? Ya sabes cómo responder al “Hola, ¿cómo estás?”, o mejor aún, al “¿Qué tienes?”. La ciencia de la comunicación al servicio de sí misma.

No importa la cifra negra de la ejecución de hoy, la renuncia política en turno, el escándalo legislativo, de cuánto haya sido el gasolinazo, a cuánto asciende el robo del político enemigo en turno, la transa de la empresa del momento, a quién hayan exhibido en la llamada intervenida o cuántos cuerpos se hallaron en la nueva fosa: todo se trata de hacer como si no pasara nada.

A eso estamos acostumbrados y por lo visto, no hay muchas ganas de moverse de ahí. Quienes perpetran este circo de abusos son los principales beneficiarios de esta normalización de lo que no tendría por que ser normalizado.

Se normaliza la sorpresa individualizando el miedo cuando se estiran los límites sabiendo que no se romperán, pues nadie hace nada porque, aunque alguien hiciera algo al respecto, ese alguien pensaría que no es suficiente para que de manera contundente pase algo y por lo mismo mejor no hace nada (garantizando que no pase nada, al fin, estoy seguro con mi nueva alarma).

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Viéndolo fríamente, se requiere mucho temple y menos dotes histriónicos para voltear a evaluar su congruencia y empatía. Si alguien llegara a preguntar por la fórmula o por el paso que hace la diferencia, “Compasión” es su nombre y “Acción” es la urgencia.

En el terreno personal. En el social también.

* Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de quien las escribe y firma, y no representan el punto de vista de Publimetro.

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