Opinión

Las curiosidades de viajar en un elevador

Para ser leídas con: “Elevator Song”, de Keaton Henson y Ren Ford

Somos lo que hacemos dentro de un elevador.
Pero podemos alejarnos tanto de la realidad que, la oportunidad de dar un paseo en elevador puede pasar inadvertido y como un mero trámite para ir de un punto A al B.

Empieza el día saludando al guardia que cuida la integridad del edificio. Luego deberás oprimir reiteradamente y con prisa el piso al que te diriges (de otra forma, puede que el ascensor no te haga caso).

Lo que sigue demandará toda tu paciencia: se trata de la espera del elevador, mientras ves acumularse gente como si regalaran los pisos por el simple hecho de ir a ellos. Relájate y piensa que todo viaje tiene un aprendizaje: citar en tu oficina la próxima vez.

Un elevador nunca llega a la primera. De hacerlo, sospecha y evita entrar en él: es probable que esté operado por tus adversarios.

Cuando te hayas arrepentido de no haber tomado ese ascensor, mira cómo la gente que se sabe inteligente aprieta el mismo botón encendido, como si las ocasiones previas no hubiera sido bien apretado. O mejor aún, como una especie de llamada de atención al propio elevador para que apresure su marcha al dejar y levantar gente y correr a su llamado.

Como la mente, un elevador nunca se está quieto. Y como todos somos peligrosos cuando nos aburrimos, al entrar en esa microcabina, procura convertirte en un maniquí.

Voltea sigilosamente. Comprobarás que todos parecen sospechosos de haber robado la misma tienda de conveniencia. Tú mismo no sabrás que hacer con 17 segundos de estarte quieto.

Este espacio de 3×3 permite, junto con el tiempo de viaje, la insuperable oportunidad para practicar tu español leyendo la marca del elevador a la inversa y entender la capacidad máxima del vagón, sólo para estar prevenido.

Cuando no haya ningún otro legal que leer, llegarás al místico punto en el que no hay nada que hacer, pero como siempre debes hacer algo, puedes mirar cómo la mitad de los viajeros entienden la imposibilidad de este no hacer y sacan su celular a manera de “ni me consideres con vida”.

Tareas interesantes durante este recorrido en el celular: validar tres veces que no te ha llegado algún correo, intentar cargar tu Facebook, cuando diariamente lo haces y sabes que en el elevador no hay señal, buscar una aplicación que no hayas abierto en meses sólo para saber cómo es y saber que estás aprovechando el tiempo.

Pero la actitud en un elevador es el plato fuerte: por favor compórtate como si estuvieras en un museo de cera. Puedes hacer predicciones parra ver quién se despide o desea buen día al resto de los viajeros.

Pero estar atento de tu reloj (ya nada más sirve para eso), cómodamente rodeado de extraños que invaden tu espacio y ven con el rabillo del ojo tu quinto intento de revisión de mails, sólo puede dejarte con dos opciones: gritar y querer salir de ahí en el siguiente piso. O estoicamente hacer como si no pasara nada.

Si optas por la segunda, sumérgete en tu lugar feliz y observa cómo hay de todo ahí dentro: caras largas, risitas nerviosas, urgencias para hablar por teléfono, encorbatados haciendo ruidos con su portafolios y otras patologías que no se describirán aquí para conservar la sorpresa de tu próximo viaje.

Todo buen elevador tiene una propuesta de valor: ustedes ponen el silencio, yo pongo el ambiente enrarecido. Pero ojo, que también está el contestatario: igual subo tanto como puedo caer.

Cuando entiendas este doble riesgo, procura tragar saliva, dejar de ver en qué piso vas y carga con la loza de ver de cerca a un extraño y no quitarle la mirada porque ni siquiera ésta tendrá espacio. Tampoco sabría mucho qué hacer.

Cuando uno piensa que se quedó sin ideas para nutrirse del mundo, es momento idóneo para hacer un viaje en elevador.

* Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de quien las escribe y firma, y no representan el punto de vista de Publimetro.

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