Para leerse con “Niño del Tambor” de Lost Acapulco
La Navidad se hizo para sacar ventajas. Es importante aprender a distinguir el cambio de giro de algunos franeleros y comerciantes informales (con ayuda de las autoridades de utilería) hacia lo que apunta un secuestro de carriles de arterias principales para mostrar sus pinos y la arrebatada artesanía navideña.
En tiempos de paz, quejarse es inidicio de amargue, así que si se queda atorado en el tránsito, sólo baja de tu unidad en turno. Aprovecha para comprar uno o dos adornitos. Y regresa. Al cabo el tránsito de temporada te permite hacer eso y más.
Esta modalidad de congestión vial navideña no se padece, se agradece. En lugar de repartir insultos y mentadas a ciclistas que desconocen color del semáforo ni sentido de la calle, uno puede ir contando los arbolitos de las casas, escuchando (y de preferencia entonando) villancicos en el auto y especialmente, apreciando el cargamento que transportan vochos y autos compactos que se saben comportar como tráilers, así de la misma manera como nos educó el pípila: piñatas y árboles sostenidos por dos vueltas de mecate con la garantía de quien los vendió.
Todo mundo sabe que el último destino a visitar en temporada navideña es un centro comercial. Y todo mundo sabe que es cuestión de tiempo, para verse formado en una de sus filas. El gusto por pertenecer a la estadística y padecer la Navidad lo vale, desde la resistencia a los tumultos, el tarjetazo en modo desesperación, hasta armarse de paciencia Zen para tolerar a quien convierte su vehículo en reno motorizado.
Esta época tiene también la particularidad de amenazar con que cualquier día de la semana es una preposada en potencia. No gastes más viernes y despilfarra los días con soltura. No importa si no hay letanía, ponche ni velitas, el punto es terminar la fiesta al día siguiente, en vivo y en la oficina. No es sólo socialmente aceptado, sino solicitado. Diciembre es el viernes de los meses.
Con las fiestas vienen los regalos. Y con los intercambios, los problemas. Si intentaste todas las tácticas para evitar la ridícula dinámica oficinil y fallaron, evita vengarte (y exhibirte) con tu buen gusto y abstente del truco de pasar de mano en mano la porquería que ni regalada, alguien quiere. ¿Por qué habríamos de creer que el roperazo que no te gustó le va a emocionar a alguien más?
Puede sonar divertido… hasta que regalas unos audífonos inalámbricos y recibe un payasito de papel maché.