Escribe esto alguien que es puma de corazón, egresada orgullosamente de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de nuestra máxima casa de estudios. Vivir la UNAM es vivir el cosmos mexicano.
Su profundidad, su diversidad, su intensidad, sus contrastes. Por antonomasia, en la UNAM están quienes se encuentran inconformes con el estatus quo (desde cualquier ángulo o desde todos ellos), quienes no han cabido en él (muchas veces pese a desearlo) y quienes quieren cambiarlo (o al menos retarlo) con las ideas, con la denuncia, con la acción.
Los conflictos históricos de la UNAM han sido los conflictos históricos de México: justicia social, derechos políticos, justicia laboral, contra la violencia, y ahora, contra el acoso a las mujeres.
En cada coyuntura, los métodos para expresar estas inconformidades no siempre han sido los mejores (si es que el óptimo existe) y han estado contagiados de intereses internos y externos, produciendo un sincretismo difícil de diseccionar. Pero la UNAM es México. Es el pulso del país, es el pulso de sus grupos de poder, de las causas soslayadas y de las injusticias.
Escuchar a la UNAM es escuchar a México. Y a la más grande universidad de Latinoamérica hoy le duelen las injusticias contra las mujeres. Le duele la inequidad histórica de la que hemos sido objeto, la falta de acceso a oportunidades, la falta de reconocimiento del trabajo no remunerado (con los hijos, los enfermos, el hogar), la falta de empleo formal (que las excluye de derechos sociales como la salud y la pensión), la falta de empleo a secas, la discriminación laboral, la brecha salarial, y le duelen sobre todo la violencia, el acoso y la falta de acceso a la justicia.
Escuchemos a la UNAM, escuchemos a las mujeres de México. Pero sobre todo, hagamos cambios para mejorar, porque el cambio por el cambio no es sinónimo de avance. Nos ha quedado claro.