Para leerse con “The Girl Who Fell From The Sky”, de Joe Hisaishi
Nadie cae por azar. Técnicamente podríamos decir que quien lo hace, lo merece. Por eso, una agujeta desamarrada es sólo el médium para caer o para caer en cuenta.
La vida de una agujeta tiene una complejidad poco comprendida. Entre los nudos a los que se expone y los golpes de la vida diaria, pocos recuerdan que tiene la misión de dar un respiro, tres jadeos y apretar -lograr tensión- en un mundo que precisamente se ha encargado de ser definido por ello.
Cuando la agujeta padece estrés postraumático o se le da la gana de detener el mundo, echa mano de su inconsistencia y como todo proceso egoísta funciona, titubea, voltea a ver el reloj, calcula el momento decisivo y pasa lista a los descuidados.
Por eso las agujetas parecen no tener dueño. Ni madre. Son de ese phylum que por la calle presumen que asaltan bancos a caballo y pasan por la vida lanzando un puñado de monedas como signo de mala voluntad. Son voluntariosas. Necias. De ahí que sólo se les mantiene quietas amarrándolas.
Algo que es muy claro, es que el momento más vulnerable en la histeria de un hombre es cuando un sujeto le dice al mundo “voy a amarrarme una agujeta”. Seguro está dispuesto a pagar un muy alto precio por ello.
¿Cuántas personas ves que se amarran una agujeta en promedio al día? Hay quienes deciden caminar como si portaran esquíes o simplemente no caminar con tal de no exhibirse como una estatua en crisis.
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Cuando te amarras una agujeta o te quitas el suéter es cuando más vulnerable estás al ataque de tu más temindo enemigo. Tus enemigos son amigos de tus agujetas. No lo olvides.
No sé cómo opera en el caso femenino con los tacones y menos logro intuir si es preferible arruinarse los dedos de por vida a estacionarse en la postura de avestruz para amarrarse una agujeta.
Pero algunas veces en la vida se entiende a partir de lo cerca que se está del piso.
Por eso es indispensable -primero- detectar si la estrategia de vida es la estética, la comodidad o la proactividad: para saber qué tipo de zapato y agujeta portar.
Luego conviene respetar y honrar el amarrado del calzado. Procura que el paso sea contundente, pero saludablemente flexible, con una generosa tensión que no ate también el andar.
Si por algún suceso lamentable ocurre que las invertebradas de tela retan tu equilibrio, sólo un alto total será la respuesta. Como también sucede en la vida.
Después de todo, una agujeta no es tan diferente al espacio vital de una persona.