Para leerse con “It’s The End Of The World As We Know It”, de R.E.M.
R.E.M. hizo una buena rola a finales de los 80 en la que dice “Es el fin del mundo”. Pero lo interesante es lo que sigue: “como lo conocemos”. Y no tengo duda de ello.
La bofetada ha sido mundial. No hay una persona que no haya sido impactada por este parálisis inesperado y obligatorio.
Parar, cuando más rápido íbamos (quién sabe a dónde): parecía una recta sin baches, con seis carriles y la soberbia de tener un auto que evolucionaba cada 100 kilómetros. Entonces diseñábamos nuevos módulos, como jugando carreras contra el tiempo porque tendríamos que estar más ocupados para ir más rápido y entonces volvernos a ocupar. Y de pronto, algo o alguien puso freno de mano.
Y así nos encontramos ahora.
En el suelo.
Tirados.
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Madreados.
Desperdigados.
Confundidos.
Nerviosos.
Ansiosos.
Algunos aún sin creerlo.
Con algunas consecuencias irreparables.
Pero con la capacidad de aprender del golpazo.
Lo peor que podríamos hacer en estos momentos, sería perder la inédita oportunidad de conectar con la vulnerabilidad. Y aún más absurdo, sería levantarnos y ver de qué manera recomponemos el auto para volver a la velocidad y con la dirección que llevábamos.
Es momento de soltar por un momento el volante con la colección de apegos y aferramientos acumulados en toda una vida, y entonces, vernos como lo que somos: seres mágicamente interdependientes e impermanentes.
Por eso, la opción de asumir este freno de mano, como una tragedia o como una oportunidad para recomponer la velocidad, dirección y destino está más a la mano que nunca. Ya estamos en el suelo.
Pero hay otros más como tú y como yo que siguen tirados, con la ropa rota o un prejuicio caído y que experimentan miedo, angustia y dolor.
¿Qué pasa con el comerciante que no tiene opción para cerrar su tienda por vivir al día; con la cajera que no puede faltar a la tienda y su trabajo es tocar reiteradamente productos que pasan por sus manos para que lleguen a tu mesa; con el jardinero que no puede hacer home office; con el policía que tiene su oficina en la calle; con los indigentes que, sin casa, han de protegerse donde siempre: donde puedan?
Si de aquí no hacemos acopio de aprendizajes ni descubrimientos proporcionales a lo que ha sucedido con la bolsa, el petróleo, el empleo y la movilidad, demos por hecho que esto es apenas el principio de varios episodios aún más intensos y ricos en eventos a lamentar.
Pero si en cambio, abordamos este momento como uno histórico (que lo es), en el que reflexionemos profunda y honestamente acerca del sentido y dirección de la evolución humana y nuestro rol individual en ese cometido, esta crisis habrá servido para dar el golpe de timón que como sociedad necesitábamos en torno de una idea conjunta y sabia de lo que legítimamente es una “civilización”.
Y el calentamiento global, la distribución inequitativa de la riqueza y el racismo habrán sido avisos y oleadas, así como cuentas pendientes que como seres que hemos logrado ir y regresar a la Luna, o haber desarrollado infraestructura y conectividad digital, podremos sentarnos a repensar los grandes asuntos que nos tienen aquí, conviviendo como especie. Por ahora, en el suelo.
Como seres que se dan cuenta de que se están dando cuenta. Como Homo Sapiens Sapiens.
Ahora es momento de dar rumbo con un crecimiento ordenado. Es momento de diseñar un modelo de progreso responsable. Es momento de participar activamente en las decisiones de gobierno de ciudades, países y del planeta. Es momento de ser empáticos, resilientes y compasivos, como bandera económica, social y política.
Estábamos midiendo todo a costa de la privacidad. Entendiendo la lógica de la clonación sin haber comprendido la naturaleza de la mente. Consintiendo políticos corruptos por miedo a que uno pudiera contra la mayoría. Corriendo a toda velocidad sin saber la meta. Ignorando diferencias sociales abismales. Alejándonos cada vez más: de nosotros y de sí. Estábamos generando las causas de nuestra propia destrucción y lo que hoy vivimos, es un perfecto ensayo general, por si lo creías dramático.
R.E.M. termina su estrofa con un complemento más. Dice:
“Es el fin del mundo
como lo conocemos…
y me siento bien”.
No me malentiendas. Habría que sentirse bien porque de ahí parte la construcción de la experiencia y la posibilidad de comprender el siguiente paso. Son tiempos emocionantes, como titulo este texto, porque estamos viviendo una revolución y son momentos en los que afloran el enojo, la alegría, la sorpresa, el disgusto, la tristeza y el miedo.
El Dr. Paul Ekman es quien clasificó estas seis emociones base del ser humano y son éstas, las que nos definen y a través de las que nos comunicamos consciente e inconscientemente. Y en situaciones como las actuales, afloran, constantemente y es tarea cotidiana hacerlas conscientes.
A esa conciencia, que es la que nos permite distinguir un mueble de tu mamá, es a la que le pido que haga emocionante este momento, en el que nos toca guardarnos por un tiempo para entonces tomar acciones decisivas. Porque emocionante es planificar el siguiente paso.
Emocionante es darnos cuenta de que hay algo que hacer.
Emocionante es haber comprendido una lección.
Emocionante es saber que esto es una oportunidad introspectiva única.
Emocionante es no esperar a que sea demasiado tarde.
Emocionante es despertar de los problemas.
Emocionante es darte cuenta que tan solo así los designabas.
Emocionante es evitar morir como si no hubieras vivido.
Emocionante es conectar con las fibras que nos definen como especie.
Emocionante es tomar responsabilidad.
Emocionante es saber que tenemos lo necesario.
¿Te unes?