Nunca habíamos pasado por esto. Nunca pensamos en quedarnos en casa tanto tiempo. Nunca habíamos pasado tanto tiempo con nuestra propia familia. Nunca tuvimos tanto miedo y tanta incertidumbre. Nunca vivimos algo así.
Bienvenido al tiempo del nunca, ese para el que no tenemos antecedente y todavía no tenemos conclusión. El tiempo en el que no podemos saber qué seguirá una vez que podamos salir de nuevo a las calles sin miedo a contagiarnos por un virus invisible.
Toda esta pandemia nos ha demostrado que nunca estuvimos preparados como sociedad para enfrentar una enfermedad mundial que surge sin previo aviso y que nos obliga a cambiar prácticamente cualquier rutina que tuviéramos hasta el momento.
Sin embargo, esta ansiedad y este temor hacia lo que no conocemos puede atenuarse si, juntos, modificamos muchos de los malos hábitos que nos llevaron en primer término a una sociedad desconectada, aunque libre, que se olvidó de la importancia de mantener la salud emocional al mismo tiempo que salud física.
Hoy necesitamos hablar, primero, antes de cualquier otra cosa. ¿Qué tanto conocíamos a nuestra familia y a las personas que estaban en nuestro círculo más inmediato? Si logramos salir de esta contingencia y estrechar los vínculos familiares, habremos aprovechado la única oportunidad en décadas de tejer una verdadera relación con aquellos que nos importan más.
Y, tal vez, esa habrá sido una de las razones por las que podremos superar esta pandemia de mejor manera que otras naciones, por la unidad familiar que siempre dimos por sentada y que hoy vemos que es frágil ante cualquier crisis auténtica.
Yo, en lo personal, he tenido el privilegio de acercarme aún más a mi familia, a mis amigos, a la que gente que me importa. No es romanticismo, es una realidad que nos impuso un virus y que podemos aprovechar para nunca más separarnos, porque la distancia no significa nada si tenemos la intención de juntarnos.
PUBLICIDAD
He visto formas inusuales de unidad, ya sea a través de la computadora (que todavía me sorprende y se me hace increíble) o de los balcones de los edificios, donde la gente saca lo mejor y lo peor de si misma, porque se encuentra confinada en su propio hogar, uno que ni siquiera conocía bien porque pasamos más tiempo en la calle que en el lugar en donde dormimos con tranquilidad.
Esa idea de hogar, de familia, de cercanía con otros como nosotros, es una lección que debemos atesorar de esta crisis. No digo con ello que debamos agradecer esta pandemia, ya que enfrentaremos consecuencias todavía incalculables, pero sí transformar resta ansiedad en algo útil para que surja una nueva sociedad, más solidaria y más participativa.
De tal forma que, si ya estamos en la etapa de los “nunca”, empecemos a pensar y a conversar sobre todo aquello que nunca volveremos a repetir porque no nos sirve para vivir mejor. Todo aquello que nos impide construir una sociedad justa, equilibrada, y unida en las causas que nos brindan oportunidades y beneficios. Si dejamos los “nunca” que nos estorban, podemos pasar a los “nunca” que no se repitan para ir hacia adelante.